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Y ahora… “el sabotaje”

Por Lucía Melgar Palacios

La presencia de la Guardia Nacional en el Metro capitalino ha provocado gran preocupación e indignación entre la ciudadanía que no ve en ella un cuerpo “protector” ni un equipo capaz de resolver problemas derivados de la “política de austeridad” y de la indiferencia gubernamental ante las necesidades básicas de la población, como un transporte digno y seguro. Si ya el deterioro del Metro basta para cuestionar la capacidad de las autoridades capitalinas, su reacción ante los recurrentes desperfectos y accidentes y ante las crecientes quejas de la sociedad, sugiere que el talante autoritario que ya ha demostrado la jefa de gobierno ante las movilizaciones feministas es similar al del presidente, cuyo discurso polarizador retoma.

Sus acciones parecen responder más a la “doctrina del shock”, estrategia con que se busca desmovilizar a la ciudadanía con golpes sucesivos, que al sentido común y práctico. Éste indicaría investigar los hechos con objetividad, reconocer los errores y, con base en evidencia, enmendarlos: actuar para resolver los problemas y dar así verdadera seguridad a quienes usamos el Metro y a la sociedad en general. 

En cambio, no contentas con minimizar como “incidente” el choque de trenes en que murió una joven estudiante y resultaron heridas más de cien personas, las autoridades capitalinas no encontraron mejor solución al deterioro del sistema que enviar a “cuidar a los usuarios” a la militarizada Guardia Nacional. Ante la indignación social por esta medida, la jefa y el secretario de gobierno han ido sembrando la sospecha de que los “atípicos” hechos pueden deberse a actos de “sabotaje”.

¿De quién, cómo y por qué? Quién sabe porque apenas la Fiscalía capitalina está investigando la “extraña” caída de un aspa de licuadora o lavadora en las vías y, el domingo, la separación de dos trenes en la estación Polanco. Cabe preguntarse si no sería más lógico que los técnicos del Metro indagaran este último accidente, lo mismo que los apagones o el humo y explosión en la estación Bellas Artes, no desde la teoría del complot (tan socorrida en este gobierno) sino a la luz de la serie de desperfectos, fallas y accidentes que se han dado en todas las líneas con más frecuencia en estos cuatro años y que sucedieron, aunque mucho menos, antes. ¿Acaso no caen  objetos en los metros de otras ciudades del mundo? ¿Acaso es “atípico” que una maquinaria deteriorada falle?

Más allá de los aspectos técnicos y presupuestarios que deberían ser prioritarios desde el desplome de la Línea 12, que cobró 26 vidas, la hipótesis del sabotaje puede ponerse en duda porque surge después de la ola de indignación por el choque fatídico y se fortalece en el discurso oficial  después  del despliegue del cuerpo militar, para justificar esta medida, desproporcionada y dañina. La GN, hasta donde sabemos, no es experta en materia ferroviaria. En cambio ya se le ha visto detener a un joven que protestaba pacíficamente, revisar las mochilas de chicas con el pelo pintado de colores o con tatuajes, y grabar en los andenes. ¿Y las libertades? ¿Se olvida el derecho a manifestarse cuando éste se ejerce contra el gobierno en turno como si “antes” los actuales gobernantes no protestaran ni alentaran protestas?

Si en efecto sospechaban que tantos problemas se debían a un complot, ¿por qué no enviaron antes a un equipo de investigación especializado independiente? Porque, como en la Línea 12, negarían las evidencias de su negligencia, ¿o aceptarían esta vez el dictamen? ¿Por qué no hay ninguna información creíble? ¿Pretenden además que confiemos en una Fiscalía que avaló (y luego negó) el supuesto no plagio de la ministra Esquivel, que no ha hecho justicia en casos de violencia sexual infantil cuando involucran a hombres con poder?   Para nuestra desgracia, el Metro no es el único sistema en decadencia.

Sembrar la incertidumbre es irresponsable. Querer justificar una medida autoritaria provocando más miedo entre quienes usan un transporte indispensable, aunque ahora inseguro, denota un total desprecio por la salud física y mental de los/as capitalinos/as. Pareciera que lo único que importa es lavarle la cara al gobierno local y eludir responsabilidades del Congreso local y de las autoridades federales.

Esto, sin embargo, va más allá de la politiquería circunstancial. La fórmula autoritaria del gobierno es clara: la presencia de la GN es un paso más para normalizar la militarización de la seguridad y la vida pública + el miedo desmoviliza. 

Hoy habrá una manifestación por una movilidad sin miedo, en el Metro, y contra la militarización. Un primer ejemplo de que no nos queda sino resistir al miedo y preservar nuestra capacidad de indignación. 

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