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Ana Tijoux y las mujeres en los escenarios masculinizados del rap

Por Diana Hernández Gómez
Ana Tijoux en el festival Despierta. Fotografía: Wikimedia Commons.

Desde el martes 8 de agosto hay un tema circulando en redes sociales: la lista de los 50 mejores raperos en español de todos los tiempos. Esta lista —elaborada por Billboard Latin y Billboard Español— siempre genera polémica por saber quién merece los primeros sitios, sin embargo, en esta ocasión se destaca el reconocimiento que en esa lista se hizo de Ana Tijoux como la tercera mejor rapera de habla hispana en un escenario dominado históricamente por hombres.

Ana Tijoux (nombre artístico de Anamaría Tijoux Merino) es una artista franco-chilena que ya ha ganado diversos reconocimientos desde antes de la lista de Billboard. En 2012, por ejemplo, obtuvo el Premio Altazor de las Artes Nacionales en Chile por su canción “Sacar la voz”, y en 2014 se hizo acreedora a un premio Grammy Latino con “Universos paralelos”, catalogada como la canción del año.

Un año después, en 2015, su álbum “Vengo” obtuvo cuatro galardones en los Premios Pulsar otorgados por la Sociedad Chilena del Derecho de Autor. En aquella ocasión la reconocieron como mejor artista de música urbana, artista del año, y su disco fue nombrado el mejor álbum del año; además, su canción “Vengo” fue reconocida como la canción del año.

En pocas palabras, Tijoux no es improvisada. Desde 1997 se ha abierto paso en la escena musical, y lo ha hecho mezclando los ritmos de la cultura del hip hop con jazz o hasta música tradicional latinoamericana. Pero, sea cual sea la base de sus letras, ella siempre ha alzado la voz por la libertad y los derechos de las mujeres. Incluso desde su nombre se anuncian sus intenciones, y es que Ana antepone su apellido materno (Tijoux) en su nombre artístico pero también en la vida diaria.

Una de sus canciones más reconocidas es “Antipatriarca”, en cuya letra y video musical se puede observar la esencia de la música de Tijoux. “No pasiva ni oprimida, mujer linda que das vida, emancipada en autonomía, antipatriarca y alegría” son algunos de los versos de esta canción que suena mientras, en pantalla, se ve a una diversidad de mujeres trabajadoras, madres, niñas, algunas de ellas con carteles pidiendo un alto a la violencia feminicida.

Pero, en este punto, es necesario destacar que Ana Tijoux no es la única rapera que ha tomado el micrófono para hablar sobre los derechos de las mujeres. En la lista de Billboard, por ejemplo, también aparecen mencionadas otras raperas como Gabylonia (cuyas letras proponen reflexiones sobre la brutalidad policial, entre otros temas) y Alika (quien además de criticar a los Estados latinoamericanos también habla sobre la defensa de la tierra y de otros modos de vida más cercanos a ella).

Fuera de esa lista de 50 nombres (la mayoría de ellos hombres), hay otras músicas como Sara Hebe, Masta Quba y Mare Advertencia Lirika cuyas creaciones, incluso, se han convertido en parte del soundtrack que muchas veces podemos escuchar en las manifestaciones feministas en México. El 28 de septiembre de 2022, por ejemplo, en las calles del Centro Histórico de la capital del país, “A.C.A.B.” de Sara Hebe y Sasha Sathya se escuchó fuerte y claro con un mensaje contundente en contra de la represión policial.

Pero, si estas mujeres siempre han existido, ¿por qué nos asombra tanto la aparición de Ana Tijoux en la lista de Billboard? Leer un poco sobre la historia de la cultura del hip hop quizá pueda darnos luz al respecto.

La masculinización del rap y la presencia de las mujeres en la escena

Para comenzar, hay que hacer una distinción entre hip hop y rap. El primero de estos términos hace alusión a toda una cultura nacida en la década de 1970 en Nueva York, más específicamente, en el Bronx, Queens y Brooklyn, donde las comunidades afrodescendientes y chicanas tenían una fuerte presencia. Desde el inicio, la marginalidad de esta zona y la brutalidad policial ejercida contra sus habitantes imprimió un sello de nacimiento del hip hop como una cultura de oposición y resistencia ante la opresión del sistema social.

El rap es solo una parte de esta cultura en la que también confluyen el graffiti y el breakdance. Sin embargo, estas expresiones no dejan de tener un mismo objetivo: manifestarse en contra del racismo, la violencia y la exclusión social. Pero, tal como señala la maestra en Estudios Culturales Carmen Díaz Salvatierra, en su proceso de entrar al circuito de la industria cultural, el rap —y todo el hip hop en sí— se ha masculinizado de acuerdo con las demandas del sistema hegemónico (sí, ese mismo sistema patriarcal y capitalista que reproduce estereotipos de género dañinos para las mujeres).

En su ensayo “Feminismos activistas en el rap latinoamericano”, Díaz Salvatierra explica que el resultado de este proceso ha dado como resultado una imagen del rap donde los hombres hacen demostraciones de violencia, pero también de frivolidad y opulencia. La imagen de un rapero con gruesas cadenas doradas, autos deportivos y mujeres con poca ropa bailando alrededor suyo brotan justamente de esta masculinidad reflejada en el rap.

Pero, más allá de la simple imagen, hay otras cuestiones como el lenguaje corporal donde el machismo también asoma sus largos tentáculos. Al respecto, la comunicadora social Daniela Arango Guzmán aborda el tema de las batallas de rap y destaca cómo, en ellas, el montaje del escenario y la presencia de los competidores tiene un aire eminentemente masculino: miradas retadoras y poses para intimidar al otro forman parte de ese ambiente donde, por otro lado, solo en años recientes ha destacado la presencia de mujeres como Sara Socas y Marithea.

Estas mujeres —continúa Arango Guzmán— constantemente enfrentan comentarios como “lo haces bien para ser mujer” y se han visto orilladas a adaptarse a ese escenario masculinizante del que, sin embargo, han sabido sacar provecho y darle la vuelta para transmitir mensajes sociales relevantes nacidos desde el movimiento feminista.

Así, el rap feminista hace frente a un sistema en dos niveles diferentes: se opone al patriarcado y el machismo de la sociedad, pero también al patriarcado y al machismo dentro de su propio circuito musical. Pero, además de eso, Carmen Díaz destaca la importancia del pluralismo presente (sobre todo) en el rap feminista latinoamericano.

Regresemos a Ana Tijoux y al video de “Antipatriarca”: la multiplicidad de rostros en pantalla no es algo al azar sino que hay una intención de tras. Esta intención es mostrar las diferencias entre unas y otras, mismas que no pueden abordarse desde una mirada homogénea como propone el patriarcado. Otro ejemplo también es la música de Alika, quien, al cantar sobre la defensa de la tierra, llega a esa intersección presente también en otros ámbitos como las organizaciones de mujeres indígenas defendiendo sus recursos y sus territorios.

De esta manera, las mujeres abren la puerta a todo tipo de denuncias sociales a través del rap. Aquí, todas pueden hablar sobre todo lo que les/nos atraviesa, y esto es algo que finalmente comienza a hacerse visible con el reconocimiento otorgado a Ana Tijoux. Este reconocimiento, además, abona a la deconstrucción de un escenario dominado por los varones y demuestra que las mujeres “no lo hacen bastante bien pese a ser mujeres”: lo hacen bien porque el talento les desborda, y porque la exigencia de justicia y el amor a la libertad está ineludiblemente unido a sus voces.

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