Ciudad de México.- En el marco del Día Mundial de la Protección de la Lactancia Materna, se trae a colación la lucha por naturalizar y convertir en una conversación pública la lactancia, misma, que se sostiene en el discurso rosa que apela al «instinto materno y la magia de alimentar«, en un intento disruptivo por reconocer que amamantar va más allá del plano de la idealización de la maternidad, es necesario también nombrar todo aquello que se atraviesa; dolores, resequedad, frustración, sangrados y el peso de cumplir con la obligación de amamantar.
Rocío R. tenía 27 años cuando dio a luz por primera vez. Al preguntarle cómo definiría su proceso de amamantar respondió: Horrible, fue sufrimiento.
La única certeza que tenía es que debía ponerse al bebé en su pecho inmediatamente después del parto, todo esto como parte del programa del Seguro Social «Alojamiento Conjunto» que estaba recién implementado a mitad de los 90s del siglo XX y que demandaba a las mujeres comenzar a amamantar y hacerse cargo después de dar a luz para producir un vínculo con el neonato y alimentarlo.
«Yo sólo quería una hora para descansar, para dormir y entender todo lo que había vivido, pero en mi pecho ya estaba mi hijo con hambre».
Fuente: Cimac Foto
A partir de aquí, inició un trabajo extenuante que terminaba en alaridos de dolor y las ganas de que su proceso de amamantar terminase lo antes posible; sus pezones estaban agrietados, sangraban, sus senos dolían y su temperatura se disparaba cuando no extraía su leche acumulada.
Como parte de este posicionamiento para deconstruir el discurso rosado de amamantar, Cimacnoticias entrevistó a Mariana Villalobos, fundadora de la organización civil Infancia Plena y del Modelo Integral de Lactancia en Centros de trabajo, quien adelanta: «No debe existir el sacrificio, sólo libertad.»
Parte de un acto político: Reconocer y dialogar
La mastitis, las grietas, el dolor, los abscesos conocidos como «perlas de leche» y la mastitis inflamatoria o bacteriana son padecimientos frecuentes que parten, primero, de un mal agarre y, sobre todo, de un rol de género que dicta que la maternidad debe vivirse de esa forma.
«Es la cultura de decir que las mujeres somos poderosas, fregonas y que tenemos que poder con todo, la maternidad implica dolor y es parte del sacrificio (…) es una señal de que por amor podemos hacer y aguantar mucho, pero no, no es necesario aguantar el dolor», explica Mariana Villalobos.
Desde la perspectiva de Rocío R., ella sabía bien que era su responsabilidad cuidar de su hijo y alimentarlo, aunque eso significaba sacrificio.
México tiene el menor porcentaje de mujeres que lactan en América Latina, pues deciden abandonar el proceso antes de los 6 meses recomendados por el sistema de salud, según las encuestas de salud del gobierno. En nuestro país sólo se tiene una prevalencia del 33.3%, y según recomiendan las metas de la Organización Mundial de la Salud, la lactancia debe alcanzar mínimo un 50% entre la población.
«Lo asumes personal, nunca hubiese pensado en decirle a mi mamá, a mis hermanas, ni a mi esposo que me dolían los pezones, me avergonzaba. Yo sola debía cargar con ese trabajo porque debía ser una buena madre», señala la entrevistada.
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Al preguntarle a la defensora de derechos su posicionamiento sobre este sacrificio, el rol de género y el peso de las mujeres, comparte en entrevista un momento de su vida que fue parteaguas para saber que amamantar es un derecho humano; cuando recién iniciaba en el feminismo, Mariana Villalobos conoció a una compañera que le dijo que amamantar era un tema que esclavizaba a las mujeres y que la fórmula infantil era la herramienta para ser libres.
«Cuando llegué a casa y prendí a mi bebé al pecho y le miraba sus ojos, me di cuenta de que no me había sentido más libre en mi vida. Yo entendí que no podía hablar de la lactancia desde una perspectiva que hiciera sentir a las mujeres que este es un calificativo de la maternidad y que, con base en si amamanta o no, eres una buena o mala mamá, sino que este tema es de derechos humanos y salud pública» (Mariana Villalobos)
La maternidad es deseada y la lactancia también: El mito del instinto materno
Mucho se ha hablado sobre comenzar a hablar con libertad sobre amamantar, hay espectaculares, ilustraciones y comerciales sacados de una postal sobre el sueño generalizado de cómo debe sentirse amamantar; un amor y conexión profunda que sólo debe sentirse desde la paz y la tranquilidad que dista de ser la media en muchos casos.
«Siempre te dicen que la conexión, cómo debes sentirte, que esto y que lo otro, pero yo sólo pensaba hijito mío, te amo con toda mi alma, pero ya basta. Yo pataleaba de dolor cuando producía demasiada leche, no quería pegarme a mi hijo (al seno) porque dolía. El dolor iba desde la axila hasta la clavícula, sufrí mucho, pero cuando preguntaba en mi clínica me decían que era normal ´pégueselo, usted sólo pégueselo (al hijo) para que le succione y descongestione´”, comparte Rocío R, quien decidió no volver a amamantar.
La defensora Mariana Villalobos amamantó por un total de 10 años a sus 3 hijas y para ella, lo más importante es entender que la lactancia materna tiene altibajos, que el proceso avanza siempre, un día a la vez, que amamantar no tiene por qué ser doloroso y que podemos recargarnos en otras mujeres, especialmente en nuestras madres y abuelas, aliadas por el conocimiento intergeneracional. Eso sí, hay que poner el acento en que las mujeres son libres de amamantar sin culpa, de tejer redes de apoyo y saber que, sin importar qué decidan hacer desde la libertad, amamantar jamás será un calificativo de maternidad.
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Amamantar no resulta un acto placentero para todas las mujeres que, a través de sus herramientas emocionales, económicas, informativas y sociales, gestionan este proceso, mayoritariamente, en soledad. Una resistencia histórica que es necesaria poner bajo la lupa y hacer honor a la teórica feminista Carol Hanisch: Lo personal es político.
No se derribarán los falsos estándares, hasta que la maternidad y todo lo que conlleva sea una discusión política donde existan campañas que hagan saber que el sacrificio maternal no existe, que el amor también es pedir ayuda, que el autocuidado maternal es rebelión y que las madres no son las únicas responsables de asegurar la alimentación de sus hijas e hijos, sino una corresponsabilidad.
Desde 1980, la teórica Elizabeth Badinter realizó uno de los aportes más importantes en materia de género, instinto materno y lactancia en “¿Existe el instinto maternal?: historia del amor maternal: siglos XVII al XX”.
Según documentó Badinter, el sistema se ha encargado de constituir en el imaginario colectivo que las mujeres son, ante todo, madres. Este concepto del instinto maternal apareció en el siglo XVII y adjudicaba la alimentación, el desarrollo y la educación de hijas e hijos como parte de su deber absoluto como madre; implicaba el sacrificio y el dolor como parte de la actitud “instintiva” que sólo ellas podrían desarrollar.
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Como resultado, el uso de mujeres nodrizas -que han sido instrumentalizadas en buena parte de la historia- fueron rechazadas y la madre se convirtió en la encargada de ese proceso como parte de su validación en la sociedad y que terminaría por demostrar qué tan buen trabajo había realizado al lactar según las aptitudes, peso, altura e inteligencia que desarrollarían sus hijas e hijos. En palabras de la psicóloga y feminista española Victoria Sau:
“Resulta paradójico, ya que por un lado es infravalorado por instintivo, natural, que no requiere esfuerzos para ser adquirido. A la vez es una exigencia para las mujeres, a las que se les acusa de malas madres, si no demuestran las formas de amor esperadas por la sociedad. Es una maternidad vigilada y necesaria para mantener el modelo patriarcal” (El vacío de la maternidad. Madre no hay más que ninguna, Victoria Sau)
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