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Los roles de las mujeres en la delincuencia organizada desde la mirada feminista

Por Olga Laura Ochoa

Ciudad de México.- Tropa, cargos medios o administrativos, así como posiciones de liderazgo en las que se ejerce el poder real; son tan solo algunos de los múltiples roles que ejercen las mujeres en la delincuencia organizada. Y, contrario a lo que se podría pensar realizan estas labores eficientemente, con una enorme ventaja de por medio, el poder de pasar desapercibidas en la mayoría de los casos.

El rol de las mujeres en la delincuencia organizada, fue el eje temático a partir del cual surgió una charla, en cuya plática participaron, Angélica Ospina, del Conacyt UAM, becaria de género de International Crisis Group; Valeska Troncoso, de la Universidad de Santiago de Chile y del Centro de Estudios sobre Crimen Organizado Trasnacional; Deborah Bonello, autora del libro Narcas: El ascenso secreto de las mujeres en los cárteles de América Latina».

Angélica Ospina, Conacyt UAM becaria de género de International Crisis Group, denominó a las mujeres que se incorporan a la delincuencia organizada como «la tropa». Ella entrevistó a 20 mujeres recluidas en cárceles, o bien, localizadas en anexos por contener adicciones: «son mujeres jóvenes, cuya pertenencia a la tropa les dio vulnerabilidad», resaltó.

«Con frecuencia las mujeres reclutadas por el crimen organizado provienen de entornos pobres y familias desintegradas. La presencia, cada vez mayor, de mujeres en grupos criminales ha fortalecido a estas organizaciones. Los jefes criminales tienden a valorar a las mujeres por su competencia, su responsabilidad y su capacidad para evadir la atención de la policía», destacó la investigadora.

Monserrat Angulo, coordinadora de comunicación del colectivo ReverdeSer, declaró a Cimacnoticias que las mujeres relacionadas con el crimen organizado en México no son poseedoras de terrenos ni lideran grandes cadenas de tráfico. Además, suelen recurrir al narcomenudeo como un último recurso para subsistir

De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi), en 2020 había 11 mil 724 mujeres privadas de su libertad en los centros penitenciarios del país. De ellas, el 15.2 por ciento estaba en prisión por delitos relacionados con el tráfico de drogas. 

En un estudio publicado en noviembre del mismo año, la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA, por sus siglas en inglés) explicó que tanto en México como en el resto de América Latina la mayoría de estas mujeres son sentenciadas por delitos como la tenencia de sustancias. 

La WOLA afirma que, en muchos casos, estas mujeres enfrentan sentencias injustas mayores a las de los hombres, a pesar de que ellas suelen estar en los eslabones más bajos de las cadenas de tráfico. En estos estratos, precisamente, sus papeles se reducen casi siempre al de las “mulas”: las personas encargadas de transportar la droga. 

La especialista plantea que con frecuencia, esas mujeres provienen de entornos pobres y familias desintegradas, que se unen a los grupos criminales como una forma de protegerse de la violencia doméstica y la violencia sexual.

Es justo en ese vacío o alrededor de dichas carencias, donde los grupos criminales aparecen como estos espacios de protección, de contención, pero también de vínculos. Y a cambio de esta protección, ellas tienen que realizar unas tareas, pero están dispuestas a hacerlo porque sienten que por fin alguien las escucha: “ya no me voy a sentir victimizada, me voy a sentir poderosa”, refirió.

Otra clara desventaja para estas jóvenes mujeres, es la alta criminalización asociada con la pobreza, «vemos las estadísticas del sistema de justicia, vemos que la población de mujeres en las cárceles se ha triplicado y, tiene que ver con ese aumento de detenciones asociadas a delitos contra la salud», señaló Angélica Ospina.

La violencia de estos grupos criminales las envuelve, entonces, ellas no tienen la posibilidad de decir que no participan en ciertas tareas violentas; desacatar las ordenes supone morir, o peor aún, poner en riesgo la seguridad de sus familias.

En contraposición a las aparentes ventajas de pertenecer a los grupos criminales, son más las desventajas; conforme las hijas o hijos de estas jóvenes mujeres crecen resulta más fácil que pasen a engrosar las filas de la delincuencia, al ser captados por estos grupos de la delincuencia, ya que ante su vulnerabilidad los integran a sus filas.

Además, existe otra cuestión: «a las pocas mujeres que logran salir del mundo criminal, como sociedad, no tenemos nada que ofrecerles; vienen de tener ese empoderamiento y cuando son reinsertadas a la vida comunitaria después de salir de prisión, tienen que regresar a esta posición de subordinación de género en sus contextos familiares o de pareja.

Cargos medios

Por su parte, Valeska Troncoso, de la Universidad de Santiago de Chile y Centro de Estudios sobre Crimen Organizado Trasnacional, presentó los resultados de una investigación realizada en conjunto con otras dos investigadoras; que va de mujeres latinoamericanas con cargos medios y altos en las organizaciones criminales.

«Nos centramos en cómo los estereotipos y el sesgo de género, pueden influir en la capacidad de las agencias de seguridad y el poder judicial para procesarlas y condenarlas», señaló, luego de reflexionar que el rasero para medir a una mujer que delinque, resulta más duro y las juzga a partir de ciertos atributos de ´dulzura´, que la sociedad da por sentado deberían regir a las mujeres.

Su estudio consistió en entrevistas a especialistas, policías y jueces, además de revisar literatura académica, sobre estas mujeres. Dando por resultado, que existe escasez de información relacionada con los rangos medios y altos; algunos estudios demuestran que las mujeres sí pueden llegar a la cima de las organizaciones criminales asumiendo roles de liderazgo, incluso, pueden utilizar su posición para beneficio personal. Sin embargo, lo que ocurre más a menudo, es que se les invisibiliza.

Generalmente, los estereotipos de género profundamente arraigados en nuestra sociedad, limitan y se transforman en sesgos inconscientes, «reduciéndolas así, a apéndices de los hombres y subestimando esta capacidad de ejercer violencia y tomar decisiones estratégicas, de estas mujeres», disertó la académica.

Se entiende que al menos así sucede en el imaginario colectivo, un caso emblemático del razonamiento anterior, fue el asesinato de Sabrina Durán, famosa TikToker de apenas 24 años, denominada por algunos como narco tik toker, una mujer chilena que en el año pasado cobró notoriedad, al ser asesinada; su imagen en la vida pública se alineaba a un estereotipo de mujer pasiva, amorosa y atractiva.

«Los videos de su ejecución se vuelven virales, sin embargo, a las pocas horas, la policía comienza a dar más información sobre el caso, comienza a salir a la luz, que era la líder de una organización criminal dedicada al narcotráfico y que tenía dos meses de haber salido en libertad», relató.

La historia tuvo un giro inesperado, ella tenía una pareja en la delincuencia organizada y en un país extremadamente conservador el tema era casi inexplicable, mencionó Troncoso.

La especialista, también bordó alrededor del caso de Emma Coronel Aispuro, una ex reina de belleza, reconocida por ser la esposa de Joaquín Guzmán Loera, el chapo Guzmán, un narcotraficante mexicano que se desempeñó como líder del Cártel de Sinaloa hasta su extradición a Estados Unidos en 2017, «su figura se volvió muy atractiva porque estaba ligada a cierta figura prominente masculina», señaló.

«También vemos el caso de las herederas, que en este caso son mujeres que ascienden a posiciones de liderazgo a través de sus lazos familiares. Pero, lo particular es que heredan el control del negocio pero no solo por tener vínculos con sus familias, sino que también, la evidencia muestra que tienen la capacidad de poder expandir el negocio», compartió la especialista.

Señala que el caso de Enedina Arellano Félix, la hermana de los líderes del Cártel de Tijuana,
es uno de ellos. Siendo la heredera del cártel mexicano fundado con sus hermanos fue la mujer más poderosa del negocio de la droga durante los años noventa.

«También tenemos el caso de las cuidadoras que fueron retomando lo que había señalado previamente, este rol de madres, que puede ser aprovechado para ocultar su participación en actividades criminales».

«Se puede hablar de los valores atípicos, en donde las mujeres de estas categorías, desafían abiertamente los estereotipos de género tradicionales; tras asumir roles de liderazgo agresivo, pero también tienen una mayor visibilidad. Aunque, usualmente se sigue subestimando su capacidad para liderar y operar dentro de redes criminales», destacó la especialista.

Destaca que a menudo las mujeres tienen que hacer malabarismo con diferentes roles, de manera simultánea, como ser jefas, madres, empresarias, profesionistas. Lo anterior, no les impide mantener roles de liderazgo dentro de una organización criminal recurriendo a la violencia, si es necesario, para lograr sus objetivos; luego entonces, esta complejidad desafía las nociones preconcebidas sobre el papel de las mujeres y su capacidad de ejercer violencia.

Rol de liderazgo

Deborah Bonello, periodista inglesa, autora del libro Narcas: El ascenso secreto de las mujeres en los cárteles de América Latina, en el que examina los roles de las mujeres en el crimen organizado; a través de sus páginas, presenta a las mujeres que dirigen algunas de las bandas de narcotraficantes más violentas y rentables de la Latinoamérica.

Bonello, una ex editora e investigadora de ´InSight Crime´, explora los roles que han desempeñado y siguen desempeñando ellas en el panorama criminal en la región y las visiones erróneas sobre su participación en grupos criminales, representaciones en las narrativas de los medios y su relación.

Uno de los principales descubrimientos que trajo este libro, es que «pocas de estas mujeres son tan conocidas como los líderes masculinos de los cárteles. como Joaquín el chapo” Guzmán o el difunto Pablo Escobar. Y pocas, son como los personajes glamurosos y estereotipados con los que habitualmente se les asocia».

El libro escrito por Deborah Bonello, narra las historias de varias mujeres que se abrieron paso y ascendieron en el violento mundo del crimen organizado. Comienza con la líder criminal Digna Valle, quien dirigió el clan familiar de los Valle en Honduras desde las sombras. Marixa Lemus, parte del clan político y narco Lemus de Guatemala, y quien es conocida como el chapo de Guatemala por sus constantes escapes de prisión.

Narcas también da una mirada a prolíficas narcotraficantes como la mexicana Luz Irene Fajardo Campos, la colombiana Yaneth Vergara Hernández y la guatemalteca Sebastiana Cottón, así como la tristemente célebre lavadora de dinero Marllory Chacón.

En cada caso, Bonello detalla cómo estas mujeres han construido su poder de diferentes maneras, en muchos casos a través del uso de los estereotipos de género para pasar desapercibidas, y forjaron un nombre propio en el mundo criminal de América Latina.

Respecto a los antecedentes para llegar a escribir su libro, compartió: «llegue a México en el 2006 cuando apenas estaba empezando la guerra contra el narco de Felipe Calderón, entonces comencé a trabajar el tema del crimen organizado, posteriormente, al trabajar con Inside Crime, me dio una visión más amplia del tema del narcotráfico, pero también en la formación de las organizaciones criminales y sus tipos de liderazgo», señaló la periodista.

Respecto al tipo de investigación que plasmó en su libro considera que fue más de tipo cualitativo que cuantitativo, además, lo hizo con la convicción de brindar una mirada al mundo del narcotráfico desde la óptica de una mujer, ya que en aquel entonces, solo sus compañeros varones estaban en el tema.

«Supongo que desde mi punto de vista como mujer cubriendo un tema que generalmente es dominado por periodistas que son hombres, yo tenía esa teoría de como un lente masculino tiene la tendencia a minimizar y despreciar a las mujeres que estaban en el narcotráfico
o disminuirlas, y, decir que están ahí nada más por ser la mamá, la hermana, la novia o la esposa; pero realmente, cuando vemos cómo es el crimen organizado en América Latina, en realidad tiene que ver mucho con la familia», señaló.

La investigadora señaló que la estructura familiar, en realidad, es lo que permea al interior de los cárteles del narcotráfico, no importando si son mujeres, o hijos, como podría ser el caso de los chapitos, quienes se encuentran en esa posición de poder, por herencia de su padre.

Para realizar su investigación Deborah Bonello visitó Honduras, El Salvador y Guatemala, aunque también visitó varias partes de la república. Sin embargo, el poder conocer a estas mujeres con liderazgo en las organizaciones criminales, lo realizó a través de investigaciones de documentos del Sistema de Justicia de los Estados Unidos, «porque yo quería estudiar realmente estos casos y, en América Latina siento que hay menos accesibilidad a este tipo de información», compartió.

«No podemos definir el poder de las mujeres en la misma forma que el de los hombres, en el narcotráfico, muchas mujeres de las que investigue sabían utilizar la violencia y la usaban sin problema. La dificultad para llegar a saber de ellas, reside en que no son visibles y, como me dijo una abogada en Estados Unidos, si existe una mujer que opere al nivel del chapo Guzmán, no la van a encontrar, porque nadie la está buscando», puntualizó la especialista.

LOA/OLO

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