Ciudad de México.- La inteligencia artificial (IA) crece a pasos agigantados y se ha consolidado como una de las fuentes de consulta más utilizadas, no obstante, al generar relatos históricos se continúa reproduciendo viejos patrones patriarcales que invisibilizan la participación de las mujeres y mantienen a los hombres como protagonistas indiscutibles.
La historiadora feminista, Aneli Villa Avendaño, durante el conversatorio Claves para pensar la historia de y desde las mujeres en los tiempos de la inteligencia artificial, organizado por el Museo de la Mujer, analizó si las plataformas de IA ofrecen información profunda y completa sobre la participación de las mujeres a lo largo de la historia.
Su investigación descubrió que al preguntar a un motor de búsqueda o a una IA por “mujeres en la historia”, las respuestas suelen limitarse a una lista breve y repetitiva, con las mismas diez figuras femeninas que se enseñan desde la educación básica. En contraste, al solicitar referentes masculinos, los resultados se multiplican, incluyendo hombres de distintos orígenes étnicos, clases sociales y contextos históricos.
La invisibilización también se refuerza en la generación de imágenes mediante inteligencia artificial, pues limita la diversidad de referentes femeninos y reduce las posibilidades de representación más inclusivas. Cuando se piden imágenes de personajes históricos, académicos o profesionales, los resultados tienden a privilegiar figuras masculinas, mientras que la presencia de mujeres aparece limitada o bajo estereotipos.
Estos sesgos no son accidentales, puesto que se explican por el tipo de datos que alimentan a las plataformas, los cuales son mayoritariamente eurocéntricos, coloniales y norteamericanos, por lo que en lugar de democratizar el conocimiento, los algoritmos reproducen prejuicios y estereotipos.
“En un mundo donde ya existe una sobrerrepresentación del relato masculino, lo que harán los algoritmos es ampliar esa sobrerrepresentación”, explica Viña
El problema no se limita a los sesgos, pues también está en la presunción de verdad que rodea a la tecnología. Igual que la historia positivista del siglo XIX atribuía a los documentos escritos la capacidad de contener “lo que verdaderamente ocurrió”, hoy se deposita en la IA una credibilidad casi absoluta, ya que la coherencia de sus respuestas, aunque no siempre verificables, genera la ilusión de objetividad.
A esto se suma la saturación informativa, ya que la sobreabundancia de datos crea la sensación de acceso ilimitado al conocimiento, pero también fomenta la superficialidad. En lugar de abrir nuevas perspectivas, la IA tiende a reforzar lo que los usuarios ya piensan, segmentando y encasillando visiones del mundo.
Frente a este panorama, Viña Avendaño hizo un llamado a no caer en la ingenuidad de pensar que la tecnología resolverá las brechas de desigualdad. La inteligencia artificial responde a las lógicas del capitalismo tecnológico y, como señala el investigador Aitor Jiménez, se inscribe en lo que él llama la Silicon Doctrine: una ideología que mezcla liberalismo, neoliberalismo y consumo, aplicada ahora al conocimiento.
El reto no es rechazar la IA, sino usarla con mirada crítica, pues se debe de cuestionar lo que omite, lo que repite y lo que sesga. No basta con acumular datos; es necesario reconstruir narrativas desde nuevas preguntas, colocar en el centro las experiencias invisibilizadas y sostener, como recomienda el feminismo, la sospecha permanente frente a las verdades establecidas.
La HERstory
Durante décadas, la historia universal se narró en clave masculina, debido a que los hechos considerados relevantes, guerras, revoluciones y tratados tenían como protagonistas a los hombres. Las mujeres quedaban relegadas a lo privado y a la vulnerabilidad, fuera de los grandes relatos.
Fue en la década de 1970 cuando surgió una corriente que quiso romper con ese silencio: la herstory. Inspirada en los feminismos de la segunda ola, planteó algo radical para la época: reconocer a las mujeres como sujetas históricas. Sus impulsoras, como Robin Morgan o Kate Millett, buscaron recuperar biografías y aportes borrados de la historiografía tradicional.
Escritoras, políticas, activistas y científicas salieron de los márgenes y fueron integradas a la narrativa histórica, sin embargo, las críticas no tardaron. La mayoría de estas biografías correspondía a mujeres de élite, cultas o notables, lo que dejaba fuera a obreras, campesinas e indígenas, por lo que se advirtió que este enfoque podía quedarse en “añadir mujeres y revolver”, sin transformar las bases conceptuales del relato masculino.
A partir de ahí, otras corrientes ampliaron el panorama. La historia social comenzó a enfocarse en mujeres trabajadoras y en su papel en huelgas o luchas comunitarias. La historia política puso atención en la exclusión femenina de la ciudadanía, pero también en las formas en que las mujeres irrumpieron en la esfera pública. La historia cultural analizó símbolos, representaciones y normas que moldeaban lo que debía ser “una mujer” en cada época.
Estas corrientes aportaron matices, aunque persistía el riesgo de seguir tratando la historia de las mujeres como un capítulo aparte y no como un eje transversal de la historia general.
El cambio más profundo llegó con la historia feminista. Desde el marxismo, Silvia Federici mostró que la división sexual del trabajo fue clave en la consolidación del capitalismo y el patriarcado. Desde el posestructuralismo, Joan Scott propuso el género como categoría histórica capaz de explicar cómo se construyen y se sostienen las jerarquías sociales.
El giro fue radical, puesto que ya no se trataba solo de rescatar nombres olvidados, sino de analizar las estructuras de poder que producen esa invisibilidad. Se pasó de hablar de una “historia de las mujeres” a construir una “historia de género”.
Como escribió Gerda Lerner en La creación del patriarcado, lo femenino y lo masculino no son datos naturales, sino productos históricos. Esa mirada transformó la disciplina: mostró que el género no es un apéndice de la historia, sino un eje transversal que atraviesa todas las narraciones.