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El «sombrero» de los motivos personales

Por Teresa Mollá Castells*

En el caso de la dimisión del rector de la Universidad de Salamanca, nos encontramos de nuevo, también, con la reacción más clásica de todas en este tipo de asuntos en donde un señor de una cierta posición decide renunciar. Y esa reacción es la de tapar a todo precio los verdaderos motivos de la dimisión, ensalzando, eso sí, el hecho de que la ésta se produce y entonces surgen las comparaciones con otra serie de personajes que deberían renunciar y no lo hacen y por eso mismo se engrandece ese hecho y, de paso se silencia el acto que lo originó y que no es otro que el ya exrector golpeó a su compañera y que su dimisión se ve forzada ante la existencia de un parte de lesiones ,y que de no haber existido este documento comprometedor es más que probable que este hombre investido de la condición de prohombre continuara ejerciendo como Rector y quizá también agrediendo a su compañera.

En ninguno de los textos que he leído (e insisto en que me he leído casi todo lo que he encontrado, incluso lo que publica la propia Universidad en su servicio de prensa) encontré una referencia en la que se desnude al agresor de su condición de Rector para hacerle sencillamente hombre y exigir la igualdad en la aplicación de la ley.

Tampoco encontré que algún medio del ámbito nacional se hubiera hecho eco de la noticia que, dada la condición del agresor, hubiera sido lo normal, pero como antes explicaba, el potente pacto de silencio entre caballeros también ha funcionado entre los medios de comunicación.

Nadie se ha hecho eco de la situación precaria de la víctima que ha sido, por la forma en que se ha tratado mayoritariamente la noticia, negada e incluso en algunos foros culpada de la situación.

No encontré reacción alguna por parte de asociaciones de mujeres, y nadie se ha solidarizado con la verdadera víctima, que no es otra que la que recibió los golpes.

Así que, una vez más nos encontramos con que se ha preferido volver a tratar el tema como algo privado y no como un problema social, por ser el agresor un personaje poderoso en un determinado ámbito.

De nuevo, el esfuerzo de tantas personas que creemos que el problema de la violencia ha de ser denunciado y abordado públicamente, desde la objetividad de que se trata de un problema social y no privado, se ha esfumado con centenares de opiniones, visiones, declaraciones, etcétera, ensalzando al personaje por haber dimitido y olvidando a la víctima.

De nuevo los autoproclamados adalides de la libertad de expresión se han permitido expresar lo políticamente correcto en lugar de lo realmente correcto, dejando en la mayor indefensión a la víctima y enmascarando así un problema patrimonio de la sociedad enferma en que vivimos.

¿Quién le ha dado voz a la víctima?, ¿quién se ha identificado con su situación y le ha ofrecido su apoyo incondicional, dándole fuerzas en este traumático momento de su vida?, ¿qué medio de los que publicaron la noticia ha dejado a un lado el pacto de caballeros y ha dicho las cosas claras? De momento, para estas preguntas y para otras sólo tengo una respuesta y es que nadie se ha hecho eco de la víctima, pese a conocerlo todo el mundo.

Vivimos en una sociedad hipócrita y enferma, aunque a veces creamos lo contrario. Nos dicen por activa y por pasiva que en la educación y la prevención está la posible solución a este problema que nos aqueja desde hace demasiado tiempo, pero después los mismos que nos dicen esto se callan a la hora de poner negro sobre blanco la realidad de los hechos en aras a la posición del agresor.

Somos un estado en el que la tutela judicial y los derechos que emanan de la Ley Orgánica 1/2004 de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género son para las mujeres víctimas y, en este caso y hasta el momento, los medios de comunicación han otorgado todos los beneficios al agresor. Afortunadamente estamos en un Estado de derecho y quienes imparten justicia no son más que quienes pueden hacerlo: quienes pertenecen a la carrera judicial y no quienes pertenecen a la carrera periodística, que a veces olvidan que su función es la de informar y no la de juzgar ni prejuzgar.

Por fortuna, la lucha de muchos años y de muchas personas, sobre todo mujeres, nos ha dado uno de sus frutos más preciados con la aprobación de la ley antes mencionada, y que, aunque no gusta a quienes se encargan de cuestionarla continuamente, también es cierto que da protección y derechos a las víctimas, aunque sean silenciadas por los medios de comunicación y por la sociedad en su conjunto por el simple hecho de haberse enamorado y haber sido golpeada por el hombre del que se enamoró y que tiene una determinada consideración social.

Gracias a mi amiga, he podido constatar el grado de complicidad social que todavía tenemos con quienes son hombres poderosos en un determinado ámbito y el rechazo y el silencio al que sometemos a quienes por obra u omisión cuestionan la idea que de ese hombre tenemos.

También he podido constatar, de nuevo, el silencio cómplice de la mayoría de los medios de comunicación con quienes ostentan el poder.

Por suerte en este caso la voz silenciada de la víctima ha sido rescatada de ese ostracismo al que la han sometido gracias al firme compromiso de mi amiga, a quien agradezco toda la información aportada y, cómo no, su constante lucha en contra de la desigualdad que entre mujeres y hombres sigue existiendo en esta sociedad hipócrita y enferma.

Afortunadamente también en esta lucha por la igualdad real y en contra de cualquier tipo de desigualdad y, por tanto, de discriminaciones que seguimos soportando las mujeres contamos con cada vez más voces masculinas que deciden romper el pacto de caballeros y reconocer que cada vez que un hombre maltrata, sea quien sea, o con la posición que tenga, es un maltratador al que hay que denunciar públicamente, porque el problema de la violencia de género, por mucho que se sigan empeñando algunos, no es un problema privado, pues pertenece a toda la sociedad.

*Feminista de Ontinyent.

[email protected]

09/TMC/LG

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