Ciudad de México.- La cocina es una cuestión de género y también, un territorio en disputa; actividad sostenida en el trabajo feminizado, que sólo es separada de las mujeres cuando conlleva un acto de poder, reconocimiento y retribución económica palpada en la alta cocina donde el privilegio es patriarcal. Fuera de esta esfera, las mujeres convierten sus cocinas en el trabajo cotidiano y la llegada de las festividades navideñas anuncian el inicio de los preparativos; la cocina trasmuta a nuevos territorios convirtiéndose en un lugar por y para mujeres, convivencia, saberes y afectos.
Aunque la conversación sobre cómo se reinventa la cocina puede parecer contrariada y apunta a que feminismo y cocina no puede caber en el mismo plato, en realidad, va más allá de la carga histórica de las feministas de la segunda y tercera ola que lucharon por sacar a las mujeres del espacio doméstico y más bien, transita a la idea de reconocerlo como un trabajo, comprender la cocina como un espacio de socialización, de conexiones, tradiciones y corresponsabilidad.
Deconstruyendo la cocina
Como documenta el Repositorio de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, los platillos, bebidas y guisos meticulosamente planeados anualmente entre tías, abuelas, madres, hermanas, es, en consecuencia, un patrimonio heredado de ancestras mismas, cada alimento representa un legado que permanece vivo y que permite concebir, desde otra mirada, todo lo que representa una cena navideña; no sólo es el magnánimo trabajo de comprar, preparar y vigilar cada plato, sino también, una oda a las mujeres que nos antecedieron.
Precisamente en este hilo es que se devela la revolución de atesorar las recetas y episodios que produce una preparación navideña, El segundo acto de disrupción aparece cuando nombramos los cuidados pasivos y todo lo que ello implica; los cuidados pasivos pueden entenderse como todas aquellas actividades que consumen tiempo, como por ejemplo, encargar un corte de carne con días de antelación a la cena, pedir en la frutería algunos insumos especiales, realizar compras de charolas para hornear, enviar la ropa de la familia a la tintorería, planchar y toda actividad que, como cualquier otro trabajo de cuidados, es relegado para las mujeres.
Así, se articulan dos piezas clave para apuntar a que una cena navideña, abandona el espacio de lo doméstico bajo la manda de género y se erige como un episodio de revolución; se reconoce como base del cuidado, pero también, como punto de encuentro con las ancestras que dejaron en recetarios, pasteles, guisos y consejos, un poco de su rebeldía por innovar.
Mujeres, cocina y libertad
Estos últimos apuntes no nacen como un chispazo contemporáneo, de hecho, las mujeres se han encargado de revolucionar el espacio de la cocina de manera constante, desde una óptica de autonomía económica, hasta una herramienta letal para luchar por sus convicciones.
Al ser remitida al convento de San Jerónimo, Sor Juana comenzó a desempeñarse en la cocina donde apoyaba en la preparación de platillos y postres destinados a la orden. Conmovida, como es sabido, por su sensibilidad a la palabra, Sor Juana comenzó a escribir un detallado recetario donde narraba paso por paso cómo preparar los guisos y entremeses del Convento.
Su habilidad de observación y análisis profundamente sensible quedaron plasmados en su recetario de cocina; cada receta es un reflejo de su carácter literario y de sus primeros pasos en la escritura. Sor Juana, rebelde entre las rebeldes, transformó la cocina en una pieza clave de su reivindicación donde soltó su pluma y regaló maravillosos textos sobre buñuelos de queso, jericayas, purín de espinacas o tortas de arroz.
Las hermanas Juana y Feliciana construyeron una narrativa completamente novedosa; usar su cocina como arma por la revolución. Oriundas de Teotitlán del Camino, Oaxaca, las hermanas ofrecían comida y tortillas hechas a manos a las tropas realistas, de forma arriesgada, colocaban veneno y otras sustancias a los alimentos que produjeron enfermedades, deserciones y bajas constantes entre los realistas que tenían la mala suerte de encontrarse con Juana y Feliciana. Ambas fueron fusiladas por el ejército tras descubrirse responsables, de acuerdo con La participación femenina en la Independencia, capítulo III escrito por Celia del Palacio Montiel.
Hablar de cocina como un espacio de resistencia es imposible sin nombrar Josefina Velázquez León; maestra, escritora y cocinera pionera que transformó para siempre la cocina y convirtió su habilidad en un próspero negocio que más tarde, compartiría con más mujeres instándolas a encontrar su autonomía.
En 1930 comenzó a escribir recetas para la revista poblana Mignon, donde además, regalaba tips e invitaba a las mujeres a abrir sus propios negocios en casa bajo un lema sencillo pero poderoso: Saber cocinar es la base de la economía.
Veinte años más tarde, abrió en la alcaldía Juárez, calle Abraham González, Ciudad de México una Academia de cocina donde las mujeres del barrio acudían bajo el escudo de ser buenas casaderas -o buenas esposas-, adentro, Josefina les mostraba todo lo que sabía, desde cocina cotidiana, hasta alta cocina, siempre, empoderando a las mujeres para emprender, vender sus dotes culinarios y no depender económicamente de nadie. Así, Josefina dejó una huella importante al quebrar con el paradigma de la cocina como un acto de amor y nombrarlo como un trabajo que podría ser clave de la autonomía de las mujeres.
Desde Sor Juana, las rebeldes Juana y Feliciana y Josefina Velázquez, la cocina ha transitado diversos territorios y reivindicaciones que recuerdan que este espacio puede ligarse a una revolución, siempre y cuando, se identifique la injerencia del patriarcado en ciertos contextos, se reconozca como un trabajo y se dé peso a los vestigios culinarios de nuestras ancestras.
Próximo a celebrarse la cena navideña y todo lo que ello implica, siempre es buen momento para recordar que la cocina no es enemiga, pero sí punto de encuentro por y para las mujeres, refugio seguro para conversar de lo que duele, ventana abierta para acercarnos a las mujeres de nuestra familia, escucharlas, conocer recetas, historias de vida y finalmente, abolir la preparación de la cena como un acto doméstico y entenderlo como político, en palabras de la teórica feminista Carol Hanisch: ¡Lo personal es político! (Y más, en Navidad).