Ciudad de México.- El periodismo no conoce de treguas y tampoco lo hace con mujeres periodistas en sus coberturas, quienes deben enfrentar en ocasiones algunos contextos adversos para una adecuada gestión menstrual y este tema, debería convertirse en parte de las agendas políticas para socializar lo que enfrentan para cumplir con el trabajo de sus redacciones.
Politizar la menstruación en el periodismo urge y así lo señalan las periodistas: Antonia Ramírez en la zona de La Montaña de Guerrero que se rebela a continuar manteniendo en silencio sus dolores menstruales; hasta el sur de México, con Itzel Huerta que coloca en el visor una realidad opuesta, donde el silencio es la única manera de sobrevivir al mundo de la nota roja.
Ser periodista y acudir a coberturas especiales en contextos de marginación, violencia o crimen organizado, implica un doble esfuerzo por conseguir la nota, especialmente, cuando el dolor menstrual se vuelve paralizante.
Sin importar el crisol por el que se mire, nombrar este trabajo periodístico y lo que hay detrás, va más allá de compartir vivencias consideradas íntimas, es una apuesta política por desmantelar el androcentrismo del periodismo porque ellas, viven este proceso sin ninguna red de apoyo laboral.
Entre pantalones traspasados por la sangre menstrual, suéteres a la cintura, mallones térmicos y toallas dobles, las periodistas de distintas latitudes de México salen de sus casas para adentrarse a localidades rurales donde deberán cambiarse su toalla sanitaria al aire libre cada tanto tiempo y así no perder la nota, la entrevista o la declaración.
Las mujeres que ejercen un trabajo de periodistas en zonas recónditas del país van dotadas de toallas sanitarias y una botella de agua para su saneamiento, pero se enfrentan también a jornadas extensas y sin acceso al servicio sanitario.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) en «Estadísticas a propósito de las personas ocupadas como periodistas y locutoras, 2020», en México hay 44 mil 364 personas dedicadas al periodismo, de este universo, el 28.6% son mujeres; la mayoría, tiene menos de 50 años. Es decir, que existen aproximadamente 12 mil 688 mujeres quienes enfrentan un proceso menstrual; muchas, se ven atravesadas por contextos adversos.
Antonia
Antonia Ramírez Marcelino, mujer nahua de Ocotequila, municipio de Copanatoyac, Guerrero. No sólo carga sobre sus hombros la responsabilidad de llevar la información a su comunidad, sino además, ha volcado su trabajo a escuchar y escribir sobre las necesidades de las mujeres; una línea editorial que estrecha los vínculos de confianza con otras. Las mujeres nahuas encuentran en Antonia un refugio y una ventana abierta para colocar en la agenda mediática la violencia, sus exigencias y omisiones municipales.
En entrevista, Antonia sostiene que, si bien existe un temor latente por su trabajo, también sabe que es cuidada. El tejido social que ha construido es sólido y a su alrededor, las mujeres cuidan de ella, lo que la hace rememorar el himno feminista: «Si tocan a una, respondemos todas«.
De forma cotidiana, la periodista viaja a distintas comunidades en busca de nuevas historias y denuncias. Este hecho implica subir a las montañas de Guerrero y ahí, desempeñar un trabajo periodístico que puede tomar días; entre neblina, barrancas y peñas, Antonia permanece en estos espacios recogiendo información, donde muchas veces, no existen servicios de drenaje, luz, ni agua.
¿Cómo sostener un proceso como la menstruación en este contexto adverso? Sin posibilidad de acceder a productos de higiene menstrual, ni agua para el saneamiento personal, nace el dilema para ponderar: Resistir la dismenorrea y el sangrado a cambio de cumplir con las obligaciones como periodista o bien, mover toda una agenda de trabajo, lo que aplazará por días las investigaciones.
Antonia detalla que su sangrado menstrual es abundante y experimenta fuertes dolores abdominales, en sus rodillas y cadera, por tanto, cuando inicia su periodo y debe subir a la región de la Montaña es complicado, pero siempre tiene la certeza de que en las cabeceras municipales o Ayuntamientos podrá encontrar un baño, sin embargo, el panorama se ve complicado cuando debe prepararse para subir a localidades más recónditas donde no todas las personas cuentan con un baño en sus casas; aquí, ella busca espacios al aire libre donde, de forma presurosa, pueda cambiar su toalla sanitaria.
Esto se da usualmente en Metlatónoc o Cochoapa el Grande. Este último considerado por las Naciones Unidas como el municipio más pobre del país, donde según datos de la Secretaría de Economía (2020), al menos el 84.2% de las personas viven en situación de pobreza extrema; la población habla mixteco y el 53.3% de la comunidad está conformada por mujeres.
En Cochoapa el Grande, según recoge el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), hasta 2020, la principal carencia en esta localidad es el acceso a servicios básicos, seguido de seguridad y vivienda. Al menos hasta 2020, 26 mil 300 personas señalaron la necesidad de servicios básicos; en un panorama atravesado por la pobreza extrema, el hambre y la vulnerabilidad, hablar de gestión menstrual y derecho a una menstruación digna está fuera de la conversación comunitaria.
Y no porque las mujeres no lo padecen, sino porque la localidad, se sostiene en valores patriarcales, donde los voceros no reconocen las necesidades de sus pares.
«Lo que pasa en la montaña es que pues los voceros siempre han sido los hombres; los hombres que son quienes dan como sus necesidades y a veces en una comunidad, pues los hombres tienen una necesidad y las mujeres pues tienen una necesidad diferente», dice Antonia.
Entonces, sin acceso a servicios de saneamiento, ni a la posibilidad de costear productos de gestión menstrual, el trabajo de Antonia se ve comprometido. Desde el autocuidado, la periodista prefiere dilatar sus investigaciones y frenar el trabajo de campo los días en que su menstruación comienza, en caso de que sea extremadamente necesario, procura salir sólo dos días; se planea una logística a fin de eficientar los tiempos, donde se sale de madrugada para aprovechar el día y terminar el trabajo lo antes posible.
Su testimonio esboza una realidad sobre el androcentrismo que escribe el periodismo: La agenda laboral de muchas mujeres periodistas está decidida con base en su periodo menstrual.
«Cuando yo, por ejemplo, voy a Metlatónoc o Cochoapa, sí pienso: Ay no, lo voy a programar cuando no esté menstruando, hasta eso incide nuestra agenda. También uno de los retos es visibilizar a las mujeres y cuáles son sus necesidades (…) Imagínate, estamos menstruando y tenemos cólicos y luego vamos a una comunidad lejos, está lloviendo, te dan ganas de ir al baño y te quieres cambiar, los hombres nunca van a padecer esto»

Cuando llega el momento de viajar y permanecer hasta 3 días fuera de casa, Antonia refiere que siempre prepara sus toallas sanitarias, pero también, ropa extra.
Esto último, es la estrategia más indispensable, pues siempre existe la posibilidad de que su sangre menstrual traspase su ropa, lo que apuntala a que la planeación de la periodista va más allá de acudir a una cobertura con una mochila liviana y su cámara.
Trasladarse implica prepararse de todos los escenarios posibles que podrían darse durante la menstruación; un trabajo incisivo de cuidados pasivos que demanda de una meticulosa guía. Toallas en distintos tamaños, medicamentos, múltiples pares de ropa interior, papel, pantalones y ropa abrigadora, pues en algunas regiones de La Montaña, el aire es gélido y agudiza el dolor menstrual de Antonia.
“Cuando vas a un lugar donde hace mucho frío, te provoca más dolor y afecta tu productividad; afecta tu concentración en el trabajo, hay que llevar ropa de más porque todo el tiempo estás pensando: ¿Y si me mancho? Para mí son los dolores, sí, lo que no me deja trabajar es el dolor, me lastiman las rodillas y también la cadera, especialmente, los primeros tres días porque además, mi menstruación dura mucho, como 6 días”, dice Antonia.
Pero las implicaciones no sólo están concentradas durante estos primeros días, sino que, desde una semana antes,se gesta su síndrome premenstrual, mismo que le produce incomodidades y aminora su desempeño laboral. En el caso particular de Antonia, son los dolores punzantes en sus senos y cambios abruptos en su estado de ánimo los que terminan mermando su trabajo como reportera, especialmente, cuando se trata de cubrir temas duros.
¿Cómo te sientes haciendo tu trabajo sintiéndote así de vulnerable?: Me pongo extremadamente sensible; lloro mucho. Me suelto a llorar y sé que es mi ciclo haciendo que una se comporte de esa manera (…) Sí, se padece, a veces una está cubriendo o escuchando la historia de alguien y dan muchas ganas de llorar, pero me tengo que aguantar, porque yo sé que es mi trabajo: «No, delante del público no, no me puedo romper y ponerme a llorar, no puedo mostrar sentimiento», porque pues eres periodista, escuchas las historias y tratas de mantener ese perfil, no eres protagonista; no le vas a robar el foco a la víctima.
Entre síntomas premenstruales y una menstruación de hasta seis días, se puede calcular que la periodista puede pasar hasta 15 días entre dolores, sangrado, cambios de ánimo y sensibilidad. Son días fluctuantes donde muchas veces, Antonia refiere despertar con un estado anímico decaído, sin embargo, las responsabilidades con su agenda y sobre todo, el compromiso que tiene con las comunidades no la hacen claudicar: “Mi otra yo siempre me dice que me tengo qué levantar, aún cuando los dolores son fuertes, me tomo unas pastillas y a continuar con el trabajo”.
En su búsqueda por encontrar nuevas alternativas para su gestión menstrual, Antonia dio con la copa menstrual; un instrumento que le permitiría pasar horas sintiéndose cómoda y sin derrames. O al menos, eso pensaba.
La copa menstrual, considerada por muchas, el mejor producto de gestión menstrual, puede resultar ineficiente cuando se pretende usarla en contextos adversos, en sumatoria con sangrados excesivos. Si bien para Antonia la copa fue salvavidas hace algunos años, ha dejado de ser la opción más cómoda; refiere que, en esta etapa de su vida, la copa le produce mucho dolor e irritación, esto sin mencionar, que sacarla del conducto vaginal y lavarla, es una tarea compleja cuando te encuentras en espacios sin acceso a baños, ni saneamiento.
“En esas comunidades resultaba incómodo cambiar la copa, especialmente, porque necesitas agua para enjuagar [la copa] y lavarte las manos, mi flujo es tan abundante que mi copa menstrual, yo me la cambiaba hasta ocho veces al día”
Así, se vuelve a la usanza de las toallas sanitarias y se quiebra el paradigma de la industria menstrual que sostiene que los métodos son diversos; las toallas sanitarias se mantienen al frente como opción sostenible para gestionar los sangrados abundantes, aún, cuando ello implique incomodidad, derrames, rozaduras en muslos e incluso, infecciones vaginales.
Antonia, quien recientemente se ha incorporado al proyecto radiofónico La Voz de la Montaña, del Instituto Nacional de Pueblos Indígenas, recuerda que nunca tuvo una educación menstrual durante su adolescencia y el único atisbo de información, se lo compartió su hermana mayor quien le refirió que un día, iba a sangrar.
Este pasaje en su vida quedó profundamente grabado y ahora, atravesada por las necesidades de las mujeres de La Montaña, el feminismo y la reapropiación de su cuerpo, la periodista apuesta por una revolución; una “pequeña tiranía” en donde nombra su menstruación, sus sentires y lo comparte con sus compañeros de trabajo. Lo que parecía desafiante, hoy, es un acto político: “Yo no me voy a quedar callada”, dice Antonia.
“Los periodistas ni saben de esto porque no lo decimos, por eso no hay que quedarse calladas. Hay que hablar de nuestra menstruación y de lo que nos duele para que también vayan sabiendo lo que nos pasa. Yo creo que, como nunca lo hablamos, entonces, no podemos decirle al compañero [por ejemplo] que necesitamos una toalla, siempre estamos esperando que llegue una mujer periodista para decirle y no, esto no tiene que ser así por eso yo estoy tratando de cambiarlo”.

Armada con su grabadora y movida por las causas más justas, el periodismo de Antonia abre las brechas en La Montaña de Guerrero, donde su visión rebelde y feminista la ha convertido en una de los personajes más incómodos para los líderes de las comunidades; su habilidad para cuestionar la realidad e identificar la exclusión de las mujeres en la toma de decisiones, la orillan a siempre preguntar: ¿Y las mujeres en dónde están? Un trabajo que, dice la reportera, produce el rostro desencajado de los voceros de las comunidades, “es siempre ponerlos en jaque”.
“Los pones a pensar, los incómodas. Cuando vienen campesinos con sus exigencias, pues los voceros son hombres y cuando terminan de hablar, yo pregunto: «Oigan, vienen muchas mujeres, quiero entrevistar a una mujer” y me responden “Es que ellas casi no hablan”, siempre decidiendo por nosotras, por eso más las busco y lo mismo con la fotografía. Cuando hacen plantones por días ahí están las mujeres cuidando, haciendo comida y encargándose de varias cosas, pero en las negociaciones, ellas no están y ahí estoy para buscar sus testimonios, pero si no les dices, ni las toman en cuenta. No reconocen sus necesidades que son muchas, pero la principal, es que las mujeres de la Montaña accedan a la educación, que tengan una carrera y decidan cómo quieren vivir”
Del otro lado del mapa, a más de 17 horas de esta revolución que abandera Antonia en Guerrero, se encuentra su par, la reportera chiapaneca Itzel Huerta, una de las únicas 2 mujeres que cubren la nota dura en la localidad de Comitán de Domínguez, en la barra fronteriza con Guatemala.
Itzel y Mariana
Itzel Hurtado nunca buscó el periodismo; el periodismo la encontró y halló en el poder de la palabra, el sustento para sacar adelante a su hijo, derribar inseguridades y saberse capaz de ser una de las periodistas más poderosas de Comitán de Domínguez -o de las Flores-.
En entrevista, narra todo lo que implicó su búsqueda por encontrar su camino en el periodismo, y cómo, la felicitación de su maestro en la preparatoria sería catapulta suficiente para saber que dentro de ella, existía la posibilidad de que el periodismo era su territorio. Reportera autodidacta con más de una década de trayectoria, Itzel reporteó por primera vez un incendio; su narración fue tan buena que se llevó las primeras planas -y palmas- en Comitán y desde entonces, el apellido «Hurtado» está en la primera fila de la noticia.
Pero en una localidad donde hay aproximadamente 60 periodistas y las mujeres no representan ni el 10%, hacerse camino implica hacerlo a punta de codazos. Hay que ganarse un lugar y desafiar las normas de un periodismo tradicional manejado en su totalidad por hombres.
En una localidad atravesada por los conflictos sociales, las organizaciones campesinas e indígenas, así como el arribo violento del crimen organizado, son los reporteros los únicos responsables de estar en cobertura, mientras que las pocas mujeres periodistas son dejadas en oficina y lideran la nota rosa de cultura, sociedad y espectáculo.
Itzel Huerta, junto a otra mujer, son las únicas 2 periodistas en todo Comitán que están en calle cubriendo la nota roja y dura; entre gases lacrimógenos, patrullas. protestas, balaceras, amenazas, golpes y apedreadas, Huerta resiste.
La perspectiva de las mujeres y el feminismo han llegado como un chispazo a la vida de la periodista, llevándola a denunciar casos de violencia obstétrica, un hecho que la llevó a recibir amenazas; las medidas cautelares, dice, se dan cuando policías van a buscarla a las 2:00 de la tarde y, después, a las 8:00 de la noche para preguntarle: ¿Está usted viva?
Itzel también ha sido apedreada con resorteras y encapsulada por elementos de seguridad, pero no hay arrepentimiento de su trabajo; el periodismo, dice, le ha permitido avanzar, le dio techo y comida para sacar adelante a su hijo como madre autónoma. Eso sí, las jornadas pueden llegar a ser extenuantes y en promedio, puede pasar hasta 12 horas fuera de casa.
La pasión por su trabajo la empujan a mantener este ritmo acelerado, pero hay una semana donde Itzel levanta las manos en señal de rendición: Cuando tiene su menstruación.
Itzel, una mujer de 43 años, ha experimentado cambios en su menstruación; ha dejado de ser regular como hasta hace unos años y ahora, los sangrados se han vuelto violentos, dolorosos e imprevistos.
«Cuando estás en campo no hay dónde cambiarte, dónde dejar discretamente tu toalla o lavarte porque tienes esta sensación de que hueles, la menstruación me debilita, me da extremadamente mucho sueño y me duele la cabeza, con el sol y la lluvia pues me duele más (…) empiezas a ver a todas las personas como tus enemigos y te dan ganas de mandar a la fregada todo esto, quiero sacar bandera blanca y decir: Ya, ya estuvo, hasta aquí llegué»
Itzel es una mujer grande y un problema constante durante su menstruación, eran las rozaduras en los muslos y glúteos a causa del plástico que contienen las toallas sanitarias; son pequeñas y no lograban blindarla de los sangrados: «Esa es la lata que tengo, ¿por qué se empeñan en hacer toallas tan pequeñas«, dice la reportera.
¿La solución?: Calzones menstruales o pañales.
Los sangrados de Itzel llegan sin aviso, ni síntomas previos y esto, ha mermado seriamente su trabajo; es cargar con la vergüenza de ensuciarse, de estar sola en un grupo de hombres reporteros de nota roja y de aprender a gestionar todo sola, sin posibilidad de pedir apoyo.
La reportera rememora aquella ocasión donde viajó a la Frontera Comalapa, límite de la Sierra Madre. Un municipio de apenas 80 mil habitantes donde al menos el 50% de la población vive en situación de pobreza moderada según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL).
Entre rancherías de ganadería y agricultura, Itzel Huerta se encontraba trabajando; usaba un pantalón de mezclilla y su suéter. Hasta que se le preguntó: ¿Estás en tus días? La reportera respondió que no; no era momento de su menstruación y tampoco presentaba síntomas que apuntaran a estos días en su ciclo.
«Me dijo que estaba batídisima y yo sólo pensé: No puede ser, no puede ser, ¿cómo le hago para cambiarme?, ¿y en dónde? Estaba en una comunidad donde no hay baños, sólo letrinas o baños exteriores»
Itzel se cubrió y sucintamente, preguntó en el lugar más cercano si le daban posibilidad de entrar a lavar su pantalón. Ahí, entre letrinas, la reportera se despojó de los jeans y de su ropa interior; lavó todo y dejando el pantalón húmedo volvió a ponérselo a fin de que no se notara que sólo estaba húmedo en ciertas partes.
«Sólo me quedó ponerme así, la toalla a raíz [sin calzoncillos] y con mi pantalón húmedo, húmedo. Todavía me puse un suéter encima. Toda la gente se me quedaba viendo y mis compañeros me decían, ¿pues qué te pasó? Y yo les respondía: Nada, me mojé, me cayó encima agua ¨[…] sentía mucha pena, pero aún así, me tenía que regresar hasta las 8:00 de la noche y era apenas mediodía»

Este pasaje en la vida de Itzel lleva a cuestionar: ¿Qué sucede con las redes que tejemos con los compañeros periodistas?, ¿por qué la periodista enfrentó este proceso en soledad?
Y la respuesta se esboza con el propio androcentrismo de la profesión; en un espacio donde la mujer reportera es vista como un agente extraño, los periodistas de nota dura mantienen las armas arriba de poner a prueba todo el tiempo; «No les importa, si estás o no [menstruando], no te ven como a una mujer, ¿quieres ser respetada? Aguántala»
En el 90% de las veces, Itzel sale a coberturas únicamente con hombres y aunque el dolor menstrual pueda ser incapacitante, no existe este puente de comunicación para explicarles que se siente mal, que se ha manchado o que no puede seguir el ritmo por sus dolores de cabeza.
«Eres su compañero, si quieres ser respetada tienes que trabajar a su par, si hay que comer tacos en la calle, ellos te quieren ahí, si hay que sentarse en el piso, pues te sientas ahí con ellos, si hay que montarse a un carro para irte a una ranchería, pues esperan que te trepes como ellos»
¿Y entonces en quién te recargas cuando te sientes mal y estás en cobertura?: Pues sola, aprendes a gestionar tu dolor.
En el periodismo se maneja una estructura muy arcaica sobre el sesgo en las fuentes; la nota roja y dura implica estos valores de compadrazgo patriarcal y visiones de virilidad. Un techo que aún se mantiene estéril y que a las mujeres les cuesta trabajo penetrar; adaptarte a estas reglas no es una opción, sino una obligación si deseas ejercer la fuente.
Y esto no quiere decir que los compañeros sean crueles, repara Itzel, pero el trato siempre es parejo y de la reportera, siempre se espera que haga las labores que tiene qué hacer, con o sin dismenorrea.
«Me toca andar luego en los comandos militares con ellos, te dan la mano y te vas ahí [con los otros reporteros] y si estás menstruando pues vas sola en esos momentos, ni modo, te tocó la rifa del tigre ese día y hay que aguantarla”
En esta misma entidad, labora Mariana Morales, una reportera con 12 años de experiencia quien ha vivido la experiencia dolorosa de ver a Chiapas caer de forma paulatina en el nido del narcotráfico. Cuando empezó, dice, todo se trataba de conflictos sociales, la lucha de los pueblos contra los proyectos mineros y el movimiento de las comunidades indígenas, pero desde 2021, la agenda en Chiapas se ha vuelto extremadamente violenta.
Con la lucha del territorio en la frontera sur, los negocios del narcotráfico comenzaron a extenderse por toda la entidad y en medio, como corresponsal de Reforma, Mariana se mantiene vivaz para perseguir la nota.
“Yo siempre he trabajado en medio de disputas, por eso, yo digo que estoy cubriendo una guerra aquí en Chiapas”

Al igual que Itzel Huerta, Mariana ha sido víctima de amenazas por funcionarios públicos enfrentando campañas de desprestigio en su contra y una ola de violencia digital que le produjo sentimientos de incertidumbre.
Oscilando entre Tuxtla, Tapachula y San Cristobal de las Casas, Mariana ha identificado que su estado anímico tiene una repercusión directa con su ciclo menstrual; cuando está expuesta a situaciones de peligro, amenaza y violencia, su periodo se vuelve doloroso y abundante.
Mariana experimenta dolores en sus articulaciones, en vientre, inapetencia e incomodidad en su cadera. La perspectiva medular es cómo las agendas atravesadas por la violencia pueden tener repercusiones, no sólo en la salud mental de las periodistas, sino también, en su proceso menstrual.
Cuando el sangrado está próximo a llegar, la reportera medita la situación y mueve sus temas a fin de garantizar una menstruación sin dolores incapacitantes. Las coberturas que son complejas, son puestas para otro momento y los temas de eos temas se “acolchan” en aras de que el cuerpo no experimente emociones que evoquen la ansiedad y/o estrés.
Esta es la autodefensa de Mariana: Cuidarse y procurar su salud mental días antes de su regla.
“Hago ejercicio, me acuesto y trato de tomar té, sé que los temas que me ponen tensa hacen que la regla me llegue con dolor, por eso trato de buscar estos espacios para que no venga tan ruda, [intento] que mi contexto de violencia no se junte [con la menstruación] porque sí, hay una conexión entre una historia difícil y mi regla”
La periodista recuerda cuando estuvo fuera del país por medio año y se mantuvo lejos del periodismo; en esos meses, conectó consigo misma, su cuerpo se sentía cómodo y la menstruación se volvió un proceso sin dolor. Sin embargo, cuando volvió a trabajar a Chiapas, los síntomas volvieron; los cólicos incapacitantes así como la sensación de cuerpo cortado. Desde este momento para Mariana, fue evidente que el ritmo de vida le agudiza el sangrado y narrar temas de violencia, tiene repercusiones serias en su desempeño, en el cuerpo, en su estado de ánimo y afecta su ciclo menstrual.
Mariana no tiene complicaciones con pedir un descanso en el trabajo cuando lo necesita, sin embargo, se hila la forma en que las periodistas de campo desarrollan estrategias de sobrevivencia; estrategias que les permitan afianzar su desempeño, cumplir con sus obligaciones y a la par, ser periodista con menstruación habitual.