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Tanques lanza-agua, como en el Chile de Pinochet

Por Soledad Jarquín Edgar

Sin conciliación. Por un lado miles de mujeres y hombres, de países distintos, lenguas diversas, unidos por una sola idea, el mismo propósito: rechazo a los acuerdos de la Organización Mundial de Comercio (OMC), con un grito de batalla común repetido una y otra vez: «No a la OMC, No a la OMC, No a la WTO».

Mujeres armadas con la voluntad y las ideas para cambiar el mundo. Campesinos que desean cosechar, vender sus productos y alimentarse con ellos sin pedir permiso a nadie, ni pagar por eso. Mujeres y hombres dispuestos a defender su tierra, la tierra de todos, heredar a sus hijos e hijas un mundo propio y no ajeno.

Del otro lado, los delegados de todos los países, resguardados en el Centro de Convenciones, haciendo acuerdos y alianzas, sin poder escuchar a nadie excepto las voces que salen del micrófono de enfrente.

Pero no hubo conciliación. Otra vez las barreras en el bulevar Kukulkán, las mallas de hierro se convierten en los símbolos materiales que impiden el diálogo y el entendimiento de un encuentro entre lo que quiere la población del mundo y lo que harán quienes la gobiernan.

El movimiento de la gente en la calle llena de presagios. Nadie sabe a ciencia cierta qué va a pasar. Todos esperan que haya violencia. La herida está mas abierta que nunca después del sacrificio de Lee, el campesino coreano que prefirió inmolarse antes de verlo todo perdido, para pedir que se detengan, que no sigan vendiendo al mundo.

LA NUEVA TORRE DE BABEL, EN CANCÚN

Vienen las voces de protesta, una tras otra se gritan y corean por el resto de las y los manifestantes, que pueden ser más de cinco mil o menos de cinco mil, nadie podría contarlos a ciencia cierta, son personas, seres humanos, representantes de todo el mundo para decir «No a la OMC, No a la WTO».

Ellas y ellos están ahí vestidos de mariposas, con caras pintadas, sobre zancos de madera, con antifaces sobre la cara, con paliacates, gorras y sombreros que no resguardan la lluvia que pertinaz se deja sentir por algunos minutos como símbolo de tregua con el padre Sol, en esta tierra de dioses mayas, de sabios y científicos, del pasado glorioso mesoamericano.

A unos 200 metros del kilómetro cero, sobre el bulevar Kukulkán están tres bardas, una tras otra; quizá mil elementos de la Policía Federal Preventiva, un carro tanque para lanzar agua a presión, tan parecido a esos tanques que utilizaban los gobiernos militares en Sudamérica y que vimos muchas veces por la televisión, quién pensaría que el libre comercio los traería a México.

Detrás del carro tanque, cadenas, más elementos del mismo cuerpo de seguridad y otros hombres vestidos de civiles, con radios de comunicación, donde se reciben órdenes y se dan instrucciones… Hombres con cámaras de video y digitales para tomar fotografías sólo a los más aguerridos, a las y los extranjeros. Además silencio y miradas que van y vienen.

La primera apuesta de los altermundistas es derribar el obstáculo que impide llegar al Centro de Convenciones que está todavía muy lejos, son más de 10 kilómetros a través de la Kukulkán que saben a inmensidad y a desierto bajo el calor intenso y la soledad que la acompañan casi toda esta semana, cuando la seguridad federal decidió cerrar el bulevar para impedir el paso de los manifestantes.

MANOS FEMENINAS CORTARON EL METAL

Frente a la reja de metal y la mirada severa de los policías dispuestos a actuar después de recibir la orden, las mujeres empiezan a cortar las rejas metálicas, ellas van por delante. La intención inmediata es que a ellas no se les van a ir encima los policías. A ellas no se les toca ni con el pétalo de una rosa, dice la frase que no es ley en ninguna parte del mundo.

Después le siguen los hombres, atrás la gritería que sigue impaciente y demandando derribar la reja roja. La fuerza lleva a otro grupo a utilizar un mecanismo que ex profeso habían elaborado con un viejo poste de luz, para derribar una tras otra las tres mallas de alambre que parecían imposibles de tirar. Eran las mismas rejas que Lee no pudo ver caer.

Después se utilizó todo cuanto fue posible para abrir el camino, no importaba que frente a ellos vigilante y a la expectativa, permanezca inmóvil el bloque gris de policías de la PFP, con tolete y escudo en mano, chalecos antibalas, pesados cascos sobre sus cabezas, botas de piel, espinilleras y rodilleras, que bajo el ya para entonces intenso sol del medio día, permanecen quietos con miradas de desconcierto, ante la orden de aguantar todo.

El símbolo más importante es que se abrió el camino, que se pueden derribar las barreras. Hay júbilo. Danzas, ceremonias, discursos en todos los idiomas que se entienden al grito de NO OMC, NO WTO y hasta en coreano, porque todos celebran, todos aplauden, todos gritan por Lee.

El mayor de los gritos de júbilo y ánimos de victoria son manifiestas cuando la bandera de Estados Unidos es arrojada al fuego. El viejo ritual «antiyanqui» vuelve otra vez al campo de batalla. Junto al símbolo patrio norteamericano mueren en ardiente agonía dos muñecos amarillos que representan a la OMC, mientras la plegaria vuelve a ser himno: NO A LA OMC, NO WTO…

Intenso es todo. El calor, los ánimos de la gente, incluso el enfado de los elementos de la PFP que acaban de recibir un cubetazo de agua sucia, de mugre que apesta. Pero que siguen quietos comiéndose su propio enfado.

Pero las provocaciones van y vienen. Del lado «oficial» de la barricada, un policía vestido de civil y con gafete de la Quinta Reunión Ministerial de la OMC grita a algunos extranjeros que se vayan de México. Su xenofobia recibe pronto la respuesta de un puñado de jóvenes que inician un diálogo sordo, un diálogo que no tiene respuestas claras, algunas miradas de «pocos amigos» y frases que se dicen entre dientes.

¿COMO HABLAR CON UN OBEDIENTE POLICIA?

El «cegeachero» y además «oaxaco», como dice ser, les Habla a los policías trepado en las rejas, sostenido con equilibrio audaz para no caerse desde los más de dos metros de alto, le dice hermano, le pide que se mire al espejo, que son iguales, que si vivieran en el mismo barrio quizá hasta serían cuates.

Nosotros, le explica con cierta vehemencia, no somos delincuentes, luego señala hacia delante y le dice que los verdaderos delincuentes están en la OMC; ellos quieren robarnos todo, vender lo que es nuestro. Piensa, hermano, razona, piensa en tus hijos, qué les vas a heredar. No hay respuesta.

Otro policía pierde el control y responde con el tolete que cruza entre la malla para lanzar un golpe rápido hacia los genitales de otro joven. No hubo tiempo para quitarse el golpe seco y aguantando el dolor le grita «idiota», para luego manifestar su repudio infinito al que obedece y no piensa; «¡no entiendo tu lógica!», le dice.

Hay para entonces tres bloques humanos. Uno lo forman los manifestantes que caminan lentamente con flores blancas, encabezados por un coreano, hacia los policías; otro intermedio de cientos de fotógrafos y reporteros; y el tercero de policías que permanecen quietos, alertas.

La tensión es grande, el espacio en que se mueven es de apenas unos cuantos metros cuadrados, que dan paso a un movimiento en falso que obliga a los policías a avanzar en un solo movimiento hacia delante con un ruido seco de sus escudos de acrílico y que derriba y golpea a las y los periodistas.

Por algunos segundos hay confusión, gritos de tranquilos todos, silbidos de repudio, y reporteras que son rescatadas por sus compañeros y que semejan un rescate de un río caudaloso. Todo en segundos y luego la calma.

La ceremonia de las flores termina cuando una mujer bronceada sale del lado de los policías para recibir las flores en señal de conciliación, un reencuentro esperado que no termina por ser más que el último símbolo.

Tensa calma, largos minutos de espera para ver el retiro del río humano que había cumplido parte de su objetivo, derribar las barreras físicas, pero no ideológicas de la OMC. Permanecen los representantes de los medios y los más aguerridos, los más obstinados, los que quieren bronca, pero que deciden irse poco a poco hasta concluir una larga marcha que nunca llega a la reconciliación.

Atrás se inicia el retiro paulatino y lento de la seguridad, algunos han desfallecido ya, los toletes y los escudos de acrílico caen al suelo porque quienes los tienen los sueltan involuntariamente, era cansancio de casi 10 horas de permanencia involuntaria.

2003/SJE/MEL

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