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De migraciones, comidas y mujeres 

Por Cirenia Celestino Ortega

La historia de nuestro país habla de una gran migración. Pobladoras y pobladores de Aztlán, iniciaron una gran caminata al centro del país, hasta encontrar la señal que indicaría dónde sería fundada la gran ciudad. 

O qué tal la migración Europea para invadir el que llamaron «nuevo continente» en un supuesto descubrimiento.

En estás migraciones historicas el papel de las mujeres, según relatan los libros, no era protagónico. Se nos cuenta de mujeres cautivas, al servicio de otros y sujetas a sus decisiones. Su vida y su cuerpo muchas veces fue la moneda de cambio.

Las migraciones forman parte de la narrativa que nos permite explicar quiénes somos. Una constante movilidad marca nuestra raíz. 

En la actualidad, la diáspora tiene diferentes orígenes, la búsqueda de mejores condiciones de vida es el fin último. Atraviesa por la necesidad de alimento, de trabajo, de un lugar para vivir, de salir de la violencia, incluso conocer nuevos territorios. Todas son razones válidas.

Mi familia, por ejemplo, somos el resultado de la migración zacatecana hacia distintas ciudades del país e incluso fuera de él. Así llegamos al Estado de México. Mis abuelas cargaban a hijas e hijos para buscar un lugar que diera más para vivir. Iniciaban nuevos trabajos y, después de mucho esfuerzo conseguían un nuevo hogar.

Tiempo después una nueva migración. La siguiente generación viajó en los ochenta a Estados Unidos a formar parte de tantas y tantas personas que viajan por tierra o por aire, cruzan el río o el desierto, en búsqueda de una nueva oportunidad. 

Mi mamá hoy vive en Estados Unidos. El fin de 2022 e inicio de 2023 lo pasé de ese lado de la frontera, escuchando historias de trabajo y muchas más de mujeres que extrañan a sus familias. De acuerdo con la Encuesta de Población Actual se estima que alrededor de 38.5 millones de personas residentes en Estados Unidos son de origen mexicano, 48 por ciento son mujeres.

He visto a mi mamá iniciar tantos negocios, ahora la vi comenzar uno más. La comida, no es solo la forma en que las y los mexicanos regresamos a casa por momentos, es también una de las vías de empleo de miles de mujeres en México y en el mundo. 

Se trata de un empleo muchas veces invisible porque en la lectura patriarcal del mundo “el lugar de las mujeres es en la cocina”. Sin embargo, las mujeres han aprovechado ese espacio muy bien. Desde la cocina se alimenta pero también se mantiene el dialogo, ahí se guisan ideas, se hierven proyectos, se hace política. 

Mi mamá inició un nuevo negocio de comida. Como en todos, la distingue su generosidad. Ella siempre echa el taquito extra «para que vuelvan», sus salsas regresan la memoria al sazón del pueblo mexicano.  

He visto a mamá trabajar duro, levantarse en la madrugada, cargar, atender, preparar, estar de pie por largas horas, lavar trastes hasta tarde, seguir guisando en la noche. A lo largo de todo el día, los alimentos son el hilo conductor de cientos de historias. La gente viene a platicar cómo le fue en el trabajo, la última llamada que hizo a México, el rancho que dejó debido a la inseguridad, su nieta a quién puede ver crecer en videollamada.

Incluso en la migración, la brecha de género se hace presente. De acuerdo con el Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos (Cemla) para 2019 la proporción de mujeres migrantes a nivel mundial ya alcanzaba un 49 por ciento y aunque ellas envían 36 por ciento de las remesas que se reciben en el país, su valor económico es menor (26.5 por ciento), debido a que sus salarios son más bajos que los hombres migrantes.

México es la tercera economía receptora de remesas en el mundo, luego de la India y China. En nuestro país, Michoacán, Guerrero, Zacatecas y Oaxaca registran altos niveles de pobreza y las remesas significan un enorme paliativo.

Las remesas de las mexicanas benefician a otras tantas mujeres como destinatarias en nuestro país toda vez que son el principal grupo beneficiario de las remesas (71 por ciento). Se trata de mujeres apoyando a mujeres para sobrevivir, son jefas de familia en hogares pobres que destinan esos recursos para la comida y el vestido y vivienda con un ahorro muy escaso.

Además, como señala la economista Carmen Ponce, el cobro de comisiones onerosas y el manejo discrecional del tipo de cambio, son dos condiciones que roban el ingreso de las mujeres receptoras de remesas, mujeres en general pobres.

Habría que sumar las políticas migratorias que ponen en riesgo la seguridad de las y los migrantes, como el Título 42, medida que dicta expulsar a México a quienes intenten ingresar a Estados Unidos, las detenciones arbitrarias e incluso desapariciones y el feminicidio en la frontera. 

Organizaciones como el Instituto para las Mujeres en la Migración (IMUMI) y la Comisión de Mujeres Refugiadas, han exhortado los presidentes Joe Biden y Andrés Manuel López Obrador a reconocer que las mujeres necesitan tener acceso a protección tanto en México como en Estados Unidos.

El aporte de las mujeres en la migración no solo es económico. Viajamos con nuestras subjetividades, aportando nuestro trabajo, nuestro dinero, nuestras creencias, tradiciones, gastronomía, el trabajo de cuidados, empleando a otras mujeres, creando redes.  

Trabajadoras, siempre fuertes, con el corazón gigante, extrañando todo y dando a manos llenas, como mi madre. Necesitamos caminos seguros, que fluya el trabajo y el dinero para ellas y nosotras, que sus negocios crezcan, que cuenten con seguridad sobre su estancia en ese otro país, que tengan condiciones para volver, que su fogón no se apague. 

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