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La fiesta debe terminar

Por Lucía Melgar Palacios

Fascinados por las luminarias que en su imaginación trazan aureolas en torno suyo, mareados por el aplauso, encarrerados hacia el maravilloso porvenir de sus discursos, los gobernantes se despegan del presente, ignoran las señales que anuncian catástrofes y plagas, niegan los riesgos de la imprevisión en épocas de incertidumbre.

Solo su esplendorosa imagen, su engolada palabra, su afán de gloria cuentan. No importa si el espejo está quebrado, si su retórica es cohete apagado, si los rodea un páramo o un pantano. Para ellos la fiesta es inextinguible, el triunfo seguro. ¿Qué importa si la noche se llena de gritos, si los días se apelmazan, si el decorado se va manchando de sangre? La fiesta debe continuar: el espectáculo del poder no admite cortes, el relato épico no tolera pausas.

Mientras ellos se imaginan constructores del paraíso terrenal, se aplauden y apelan al amor a la patria y al pueblo, a su compromiso solidario con la humanidad, afuera, en el páramo, se ahonda la desdicha, surgen voces de protesta. No son estos tiempos de celebración, no son tiempos de apatía. El auge de la violencia es un llamado a la reflexión. Los desastres de la guerra y la concentración de la riqueza en todo el mundo exigen un alto al agravio y la descalificación. La crisis climática exige detener la loca carrera del poder, la avidez que devora nuestro futuro.

Por desgracia, quienes prometieron un cambio no han actuado con sentido de justicia ni con sentido común; no han mostrado interés por aligerar siquiera los males de una sociedad resquebrajada, traumatizada por años de violencia, inseguridad, miseria; cargada de resentimientos y prejuicios; capaz también de solidaridad y colaboración.

En estos últimos cuatro años (como antes, más que antes) múltiples grupos y personas han tenido que ir a contracorriente: en defensa de instituciones que los gobernantes busca demoler o desfondar desde dentro, en defensa de territorios ancestrales y valiosos, en defensa de un sentido de comunidad, de “lo común”. En esa defensa y resistencia, no en los hoy poderosos, subsiste la esperanza de preservar, reconfigurar, un “nosotros y nosotras” plural, intergeneracional, capaz de imaginar un futuro distinto para evitar el apocalipsis ecológico y la barbarie desenfrenada.

¿Cómo imaginar hoy ese futuro o, para ser realistas, un mañana habitable, desde la ciudad de México, por no ir más lejos? Una ciudad contrastante, contradictoria, injusta y desigual, palimpsesto de tiempos históricos, arca de tesoros, hoy convertida en escaparate turístico para unos cuantos, en botín de la depredación “modernizadora”, a costa de la tierra y el agua de los pueblos.

¿Cómo pensarnos parte un todo plural, cuando la discriminación y la aporofobia (oficial y social) abofetean aquí mismo a migrantes y personas en condición de calle? ¿Cómo pensar una ciudad “de derechos” cuando las autoridades descalifican las protestas feministas contra la violencia y la impunidad porque “no son modos”, cuando pesa más la apariencia que la dignidad humana?

¿Cómo imaginar un mañana distinto y mejor? ¿Cómo respirar hondo y seguir adelante en una ciudad donde miles de árboles mueren de sed y negligencia gubernamental, donde acecha el peligro en los parques, donde el aire mismo envenena y asfixia, donde cae lluvia ácida y el ruido infernal apaga el canto de los pájaros? ¿Cómo tejer un “nosotros y nosotras” acogedor cuando hasta salir del barrio es complicado, cuando para niños y niñas hasta jugar en la calle es peligroso, cuando el transporte público es hostil e indigno, cuando los espacios de convivencia se van reduciendo al centro comercial o al concierto masivo?

Lejos de resignarse, colectivos y personas resisten. Actúan en favor de la naturaleza, en defensa del agua y los territorios de las comunidades, contra la corrupción y la emergencia climática, contra la indiferencia y la simulación. Invitan a pensar y caminar un rumbo distinto , para que nuestra ciudad y el país sean habitables mañana y en cincuenta, cien años.

Por esto también, la farsa del poder debe terminar.

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