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Industrias que consideran a mujeres propiedad pública. Caso Pamela Anderson

Por Diana Hernández Gómez

En 1996, la actriz y modelo Pamela Anderson estaba casada con el músico Tommy Lee, con quien tuvo dos hijos. Ese mismo año, la actriz y su expareja se volvieron el centro de atención en Hollywood por una cinta de VHS que fue robada de su hogar. El material muestra a ambos compartiendo su intimidad sexual, y aunque tanto Anderson como Lee llevaron el caso a instancias judiciales, las repercusiones no fueron las mismas para los dos. Para Pamela, el estigma, los estereotipos y el mecanismo patriarcal sobre los que se construye la industria más famosa del cine le negaron el derecho a la privacidad y al olvido en un caso donde se entrecruza la cosificación, los mandatos de género y el poder.

Después de más de dos décadas de lo sucedido, la actriz originaria de Canadá narró la historia desde su perspectiva en el documental Pamela Anderson: una historia de amox. En él, Anderson comienza narrando su infancia, una etapa envuelta en violencia familiar tanto psicológica como física. Los recuerdos de sus padres peleando y reconciliándose una y otra vez, los gritos y el maltrato marcaron pautas importantes en su educación emocional.

Más adelante, Anderson cuenta su incursión en el mundo del modelaje y la actuación. Desde el inicio, Hollywood recurrió a ella por sus atributos físicos característicos de un “cuerpo deseable” según los estándares masculinos de consumo. Así, a sus apariciones en Play Boy siguió su incursión en la pantalla chica con la afamada serie Guardianes de la Bahía. Pero proyecto tras proyecto, los medios no dejaban de interesarse solo en dos cosas: el cuerpo de Pamela y su vida sexual.

En su tesis El patriarcado erótico en el cine de Hollywood, Angélica Mendoza Narváez y Juana Rodríguez Camargo destacan que esta erotización del cuerpo femenino en el cine termina convirtiendo a las mujeres en esclavas de su propia imagen. Además, las orilla a ser representadas de dos formas: la de la actriz “empoderada” que decide mostrarse de forma erótica autónomamente y, por otro lado, la de la actriz cuya vida es determinada por la audiencia, a quien tiene la supuesta obligación de complacer. Y quizás es precisamente esta idea la que le negó la justicia a Pamela Anderson cuando el video en el que aparecía con Lee se viralizó.

La exposición pública que obstaculizó la justicia para Pamela Anderson

En agosto de 1996, a pocas semanas del robo de la cinta VHS, el video de Pamela Anderson y de su expareja se publicó en la red gracias a copias que estaban siendo distribuídas por Internet Entertainment Group (IEG), una empresa de contenido pornográfico fundada por Seth Warshavsky. En una de las escenas del documental se puede mirar a Warshavsky tranquilo, asegurando que sus acciones no dañaron la vida de nadie… pero el testimonio de Pamela cuenta otra historia completamente diferente.

Tal como la misma actriz señala en la producción de Netflix, los impactos para ella y para Lee no fueron los mismos. Y es que para él, un rockero consagrado, la difusión del material audiovisual fácilmente podía tomarse como otro elemento natural más de la “desenfrenada vida de excesos” de un músico en su género. Para Pamela Anderson, sin embargo, el asunto fue humillante, e incluso cuando ella intentó obtener justicia al demandar a IEG, los estereotipos de género formados a su alrededor le cerraron esta oportunidad.

Anderson recuerda que, cuando entró a los juzgados en 1997 para dar su declaración contra IEG, lo primero que vio fue a un montón de hombres con fotografías suyas de cuando posó desnuda para Play Boy. El argumento de los abogados era simple: “si sales en Play Boy, no tienes derecho a la privacidad”. Según relata Pamela Anderson, a esto siguieron preguntas sobre su sexualidad, su cuerpo y su intimidad para desacreditarla. 

“Se sentía como una violación”, asegura la actriz quien, además, fue víctima de violencia sexual durante la infancia. Para ella estaba claro que una cosa era posar desnuda para una revista bajo su consentimiento, y otra muy diferente era que alguien más exhibiera su intimidad en contra de su voluntad. No obstante, para quienes llevaron a cabo el juicio entre ella e IEG esto permaneció invisible.

Así, a Pamela Anderson se le negó el derecho a la privacidad únicamente por posturas basadas en la cosificación e hipersexualización de su cuerpo. Al respecto, las comunicólogas colombianas Mendoza Narváez y Rodríguez Camargo explican que la industria cinematográfica “se apodera del cuerpo de las actrices y lo considera parte de su propiedad”, vaciándolo de toda subjetividad y autonomía. En el caso de Pamela, el sistema patriarcal de justicia lanzaba un mensaje cruel: tu cuerpo puede quedar exhibido aunque tú no lo quieras, porque siempre ha estado dispuesto para el goce masculino.

Esta situación llevó a Anderson a sentirse —como ella misma lo describe— como un pedazo de carne, como si ella fuera la que hubiera cometido algún error al disfrutar de su vida sexual o al exhibir su imagen como ella quería. De esta forma, la industria hollywoodense no solo le negó la justicia sino que además la revictimizó. Y ahora, a más de 20 años, le niega el derecho al olvido al traer a colación el tema en una miniserie dirigida por dos varones. Esto, además, sin tomar en cuenta que tanto Anderson como su exesposo abandonaron la demanda contra IEG, por lo que su video sigue navegando en la web.

Hollywood, una industria violenta contra las mujeres

Pese a la forma en la que la industria del cine la encasilló en la esfera de lo erótico, en varios momentos del documental, Pamela Anderson reitera que ella siempre ha buscado extender sus apariciones en la pantalla a otros ámbitos que no tengan que ver con su cuerpo. Así lo hizo cuando, en 2022, llegó a las salas de Broadway protagonizando el musical Chicago.

Con ello, la canadiense rompe los estereotipos que desde un inicio la ataron al mandato de la sexualidad femenina desde la mirada patriarcal. Pero ella no ha sido la única que ha atravesado procesos similares. En Hollywood sobran ejemplos de mujeres que han sido violentadas por este tipo de mandatos, tal como Brooke Shields, quien a los 11 años comenzó a experimentar problemas emocionales como consecuencia de la hipersexualización a la que la expusieron.

Por su parte, Rihanna, Kim Kardashian, Mary-Kate Olsen, Avril Lavigne y Jennifer Lawrence forman parte de una lista de mujeres que —como Pamela Anderson— fueron víctimas del robo y la difusión de imágenes suyas sin su consentimiento. De esta forma, la industria del cine más reconocida a nivel mundial continúa permitiendo violencias que no vienen de otro lugar sino de una esencia profundamente machista y cosificadora.

“No sabíamos qué hacer porque nadie había pasado por algo similar”, afirma Pamela Anderson cuando cuenta su experiencia. Hoy se cuenta con diversas leyes y herramientas para la protección de nuestra privacidad; en México, por ejemplo, contamos con la Ley Olimpia. No obstante, mientras las industrias sigan generando gran parte de sus ganancias con la exhibición del cuerpo femenino, ¿cuánto puede cambiar realmente? 

Sí, las leyes existen, pero existen también ideas misóginas y patriarcales que castigan la autonomía de las mujeres y las regresan una y otra vez a roles caducos. Reponerse de esta violencia como lo hizo Pamela Anderson para contar su historia puede tomar años, pero alzar la voz impide la normalización de estas prácticas que, muy veladamente, intentan perpetuar la subordinación femenina dentro y fuera de la gran pantalla.

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