Como ya te hemos contado, hablar de autonomía reproductiva significa, a grandes rasgos, hablar sobre la decisión consciente de mujeres y hombres para tener hijos o no. Sin embargo, cuando la discusión se enfoca específicamente en las mujeres, dicho concepto abarca una serie de aspectos que hacen la discusión mucho más amplia; esta discusión pasa por temas como los vientres de alquiler, la educación sexual, el aborto y la responsabilidad de los padres en la crianza de hijas e hijos.
Comencemos por los más «sencillos»: el aborto y la educación sexual. Siguiendo a la doctora en Derecho Silvia Álvarez Medina, si queremos procurar que las mujeres realmente tengan autonomía reproductiva, entonces se les debe brindar opciones para evitar embarazos no planificados por las consecuencias sociales, económicas y emocionales que éstos conllevan, tanto para las mujeres como para sus hijos o hijas.
Una de estas opciones es una educación preventiva, la cual —como nos ha explicado la politóloga Jeraldine del Cid Castro— debe incluir una distinción clara entre los derechos sexuales y los derechos reproductivos (entre nuestro derecho al goce y nuestro derecho de querer o no ser madres). Al hablar de estos dos tipos de derechos, se debe abordar el tema de la anticoncepción y las diferentes opciones o métodos que tenemos para acceder a ella.
Pero, ¿y si no tenemos acceso a métodos anticonceptivos?, ¿o si fallan a la hora de la hora? Bueno, en ese caso, las mujeres deberían tener acceso a un aborto legal, seguro y gratuito. De esta forma ejercen su decisión consciente de no convertirse en madres sin poner en riesgo su vida.
¿Qué pasa con los vientres de alquiler?
Como explica Silvia Álvarez, la autonomía reproductiva tiene dos vertientes: una en el sentido «negativo» (no porque sea mala sino porque las decisiones tomadas a partir de esta perspectiva apuntan a un no quiero procrear) y otro en el sentido positivo (es decir, aquellas que llevan a la mujer a cumplir su deseo de sí querer tener hijos o hijas).
Cuando la decisión sobre reproducirse se da en sentido positivo pero la mujer no tiene la capacidad de procrear, entonces puede recurrir a diferentes alternativas. Algunas son la inseminación artificial u otros tratamientos médicos que estimulen sus hormonas. Otras, sin embargo, involucran a otras mujeres que «prestan» sus cuerpos para que ellas cumplan sus deseos de ser madres. A esto se le denomina maternidad subrogada o vientres de alquiler.
Este tema es una discusión sumamente amplia y controversial. Y es que, si bien es cierto que quienes rentan sus vientres lo hacen de manera voluntaria, la cuestión está en qué tan autónoma es su decisión dadas las condiciones que las llevan a acceder a ello.
Diversas investigaciones como la de la internacionalista Keith López Nares han demostrado que la mayoría de quienes «alquilan» se ven orilladas a hacerlo por condiciones de pobreza y falta de opciones para un mejor desarrollo económico o laboral.
Además, la investigación de López Nares también expone que los cuerpos de estas mujeres experimentan diferentes efectos tras someterse a tratamientos médicos propios de la maternidad subrogada. Entre dichos efectos se encuentran el síndrome de ovario poliquístico y diferentes tipos de cáncer, así como depresión e infertilidad.
En este sentido, vale la pena recordar que para Silvia Álvarez Medina la autonomía implica ser consciente de todo lo que implica tomar una decisión; también, tener una multiplicidad de opciones e identificar por qué optamos por una u otra.
Entonces, ¿qué tan autónoma es la decisión de aquellas mujeres que acceden a prestar sus vientres a otras?, ¿realmente tienen más opciones dado su contexto económico o son conscientes de las implicaciones de los procedimientos médicos a los que se someten? Y, por otro lado, ¿esta consciencia está también del lado de quien decide recurrir a este método para convertirse en madres?… La discusión sigue abierta y da mucho en qué pensar.
Finalmente, la paternidad
Por último, es importante mencionar que el tema de la autonomía reproductiva toca también a los hombres. Pero, ¿es igual para ellos que para nosotras? Claramente, no. En primer lugar, porque quienes llevan en su cuerpos todo el proceso de gestación y de los primeros cuidados de las y los recién nacidos son las mujeres.
Y más allá de eso, simbólicamente, los roles de género arraigados en la sociedad imponen sobre nosotras la mayoría (si no es que todas) las tareas de cuidado de las y los hijos a lo largo de sus vidas. Es por eso que las implicaciones de decir «sí» o «no» a la reproducción son mucho más relevantes para las mujeres, sus cuerpos y sus vidas, que para los hombres.
Esto, por su puesto, no quiere decir que los hombres no tengan autonomía reproductiva. Sin embargo, en un país como México —donde poco más de 11 millones de hogares carecen de una figura paterna— vale la pena preguntarse si los varones son conscientes de la autonomía reproductiva o si simplemente les es más fácil tener hijos para después ausentarse económica y afectivamente de sus vidas.
Al respecto, sería interesante la difusión de campañas y la creación de legislaciones y normatividades con una perspectiva de género que también contemplen esta otra arista. Porque, sí, cada vez somos más las mujeres que decidimos de manera informada sobre nuestra reproducción. Pero, ¿y ellos?, ¿cuándo y cómo decidirán de forma justa para todas y todos si siguen centrando la discusión y la responsabilidad en nuestros cuerpos?
Cualquier proyecto de reforma, política pública o regulación sobre la autonomía reproductiva debería contemplar estas vertientes. Sólo así hablaremos de una autonomía integral que no implique beneficios para unos en detrimentos de otros.